Monday, July 02, 2007

El delirio, un error necesario (1999)



Antes de meterme en berenjenales críticos respecto de El delirio, un error necesario, me resulta ineludible declarar una confesión de reconocimiento y constatar una obviedad manifiesta.

Debo al doctor (doctor, sí: uno de los pocos médicos que ostenta el título sin impostura) Castilla del Pino las orientaciones que, en el marco de una aparatosa sesión clínica, me ayudaron a desembarazarme con relativo éxito de una “murria post-mili” que me amargó la existencia allá por el año setenta. Por lo demás, soy un perfecto ignorante en materia de ciencia psiquiátrica. No creo, empero, que ninguno de estos dos estorbos me incapacite de manera radical para enjuiciar los resultados de una lectura laboriosa y atenta de su última publicación.

Transgrediendo alguna regla metodológica, adelanto que mi impresión general sobre este ensayo, que mereció el premio internacional Jovellanos en 1998, es la de que está repleto de observaciones certeras, precisas y atinadísimas que, infeliz y contradictoriamente, no alcanzan a constituir un corpus doctrinal convincente. Si no he entendido mal las laboriosas exposiciones del Dr. Castilla –utilizaré mi propio lenguaje, aún a riesgo de imprecisiones y malentendidos múltiples- el delirio es la culminación cristalizada y “estable” de un complejo proceso, en la cual el sujeto sobrepasa la barrera diacrítica que, en la actividad mental normal, separa consciente y eficazmente (con nitidez bastante) las interpretaciones (conjeturas, connotaciones) de las percepciones y representaciones (realidades objetivables, denotaciones). De este modo, el delirante convierte en certeza denotativa lo que no es otra cosa que un juicio interpretativo con mayor o menor verosimilitud. La finalidad (o mejor: funcionalidad) del delirio es ortopédica: dota al sujeto de un equilibrio (sustitutivo, vicario, pero “compensador”) del que fue previamente privado por la autodepreciación, literalmente insoportable, que determinadas heridas infligidas a su narcisismo le han deparado. El sujeto crea, así, su ser-en-el-mundo” y los “yoes insuficientes”, dinamitadores de la imprescindible autoestima mínima, quedan neutralizados.

La razón de que el tema del delirio sea uno u otro hay que buscarla en la biografía del sujeto. La completa taxonomía de temas delirantes que se nos ofrece, junto con los extractos de historias clínicas, ilustran de manera convincente la tesis. Ahora bien, queda, de momento, sin explicación una cuestión que me parece inquietante: elucidada la génesis del delirio, ¿por qué unos sujetos llegan a él y otros, en llamémoslas “peores condiciones”, no? Con algo más de detalle: ¿por qué sujetos “plagados” de “yoes insuficientes”, aterradoramente dolientes por tal razón, permanecen inmunes al delirio y otros con quiebras aparentemente banales, con fortaleza psíquica llamativa y dotación yoica “satisfactoria” incurren en él?

En algún lugar del libro, el autor denuncia la inexistencia de una teoría de lo normal que pueda servir de paradigma a cualquier teoría de lo patológico. Esta laguna epistemológica es, sin duda, grave. No tan grave, pero si “inflamada”, me parece la pretensión, esbozada al final del ensayo, de elevar la teoría del delirio a un rango de parcial teoría del conocimiento. Con benevolente sonrisa (que la imponente autoridad intelectual de Castilla del Pino ha de disipar apenas insinuada) debe también contemplarse el pecado venial de hacer una suerte de teoría literaria del lector de ficciones como fantaseador ingenuo de una trama urdida fría y conscientemente por el autor.


Aunque resulte cansino glosar a un mismo autor con tan poca diferencia espacial y temporal, me quedaría incómodo si después de rescatar la reseña de "Pretérito Imperfecto" no hubiese hecho lo mismo con una obra "doctrinal" de mismo autor que muestre su faceta más pública y profesional.

2 comments:

la sombra del cernàculo said...

me lleno de orgullo cuando segùn cuenta se podria escribir un nuevo teoria del conocimiento, con informaciones delirantes, procesos no racionales y tal, creo, que este doctor del Pino, casi cruza la linea de lo invisible, lo veo, como acierto y no como, verosimilitud, pero, es cierto,el libro lo tengo, pero no he leìdo todo al aspecto.

la sombra del cernàculo said...

respecto a los paradigmas que ciertamente maneja, ya seria un honor, darle las gracias, respecto a otros que manejan, cuidense, estamos en edad de plomo, aun, y con todas demostraciones verificables. suerte.