Friday, December 09, 2005

Ratzinger con tricornio


Hace pocos días, y no sin cierto asombro, hemos podido ver al Jefe del Estado Vaticano tocado con ese objeto negro y brillante que, según algunos diseñadores, es una feliz simplificación estilizada del dieciochesco sombrero de tres picos. El duque de Ahumada debió de haber quedado, en su día, muy contento con la invención, pero no es menos cierto que el cacharro simboliza, como casi ningún otro icono, la historia de España desde Isabelona la Chata hasta nuestros días. En los respectivos imaginarios de cada una de las dos Españas machadianas, opera bien como estampa del orden, palo y tentetieso, absolutamente imprescindibles para someter a los súbditos díscolos y desconocedores de lo que quieren y les conviene, o bien como emblema de la tradición más negra y cerril de un país de cabreros (Gil de Biedma dixit), que tiene su expresión condenatoria más acabada en el romance de la guardia civil de Lorca.
Circulan innúmeros chistes sobre el acharolado atributo de la benemérita, pero quizás sea el que más cuadra con la ocasión aquél que atribuye al curioso cuenco invertido poderes de conversión de almas pacíficas en elementos con ganas de repartir hostias. No sé si Ratzinger es un alma pacífica, pero en cualquier caso las ganas de repartir hostias no necesariamente le han de venir sobradas. A ningún modista de la más enrabietada vanguardia se le hubiera ocurrido una propuesta estética más rompedora: sustituir el solideo por el tricornio. Tampoco el más anticlerical e irreverente de los humoristas hubiese dibujado semejante viñeta. Pero dado que, como tantas veces, la realidad ha superado al arte, aprovechemos el sucedido para extraer algunas conclusiones útiles. Puede que el negro, duro y lustroso artefacto, combinado con la albura blanda y suave de las vestes pontificias, le siente al vicario de Cristo como a éste dos pistolas, pero, bien pensado, no es nada difícil imaginar que un alma de silicona pastosa, como yo presumo que es la del forzado ex-militante de las juventudes hitlerianas, se convierta en un alma de charol, en afortunada metáfora de Federico.