Con muy similar estructura narrativa, la justiciera jugarreta que Pereira le gasta al salazarismo, se convierte ahora en facecia de periodismo de investigación que denuncia crímenes y corrupciones en las cloacas del Estado, sedicentemente democrático. Tabucchi, como tutti quanti, se repite a sí mismo, hace bien y lo hace bien. Original no es, pero como domina estilo y oficio no le falta, el relato queda bien apañado, se degusta con placer y se digiere sin molestias. El autor, que sabe ser providencial consigo mismo, encuentra, tras unos escarceos iniciales no demasiado prometedores, el personaje salvador que su historia necesitaba como agua de Mayo en el abogado Loton, aristócrata obeso y volteriano, ilustrado y humanista, escéptico y sentimental, derrotado y justiciero, que es utilizado sin el menor rebozo como apelación explícita, y a voces, al imaginario cinematográfico y literario más elemental de cualquier lector midcult. El pobre Firmino, periodista joven y vigoroso, ingenuo aunque no exento de habilidades es el partenaire narrativo de estatura normal que el gigante Loton necesita como inevitable término complementario, y no comparativo, habida cuenta de la prohibición legal de combates de boxeo entre púgiles manifiestamente desiguales en complexión y peso.
Si tuviera que señalar alguna tacha, le diría al avezado, solvente y honesto narrador que es Tabucchi, que su trasunto del la Grundnorm kelseniana queda algo ramplón, si bien a la medida de las circunstancias. Más que de un error jurídico-filosófico, se trata a mi modesto entender, de una inadecuada perspectiva literaria.
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