Monday, July 09, 2007

La España de Edmondo de Amicis (2001)



Todos, o casi todos, los cincuentones de este santo país leímos en nuestros años escolares de sabañones y fríos de aula franquista aquella terneza de don Edomondo de Amicis, intitulada Corazón, que reunía relatos varios, de índole sentimental y patriótica, uno de los cuales el llamado De los Apeninos a los Andes fue muchos años después el argumento de una empalagosa serie televisiva de dibujos animados, japonesa por más señas, que incorporaba la ocurrencia de un mono, llamado Amedio, que hacía las delicias de mi hija Sara, tierna infanta a la sazón. No barruntaba yo que el autor de aquellas ingenuas, lacrimógenas y edificantes novelitas ejemplares resultara ser un curioso viajero, bastante ilustrado, capaz de narrar un periplo ibérico con muy sustanciosas y en ocasiones atinadas observaciones, aunque en exceso lastradas de tópicos y tipismos anodinos.

Conocía de Amicis la literatura y el arte españoles y poseía también un notable talento para la descripción, detallista y subjetivista, de las obras pictóricas y arquitectónicas y para la visión panorámica de las ciudades y paisajes. Menos agudeza muestra con el paisanaje y sus talantes, con los que se muestra incapaz de ir más allá de las semblanzas pintorescas más banales. En este sentido, llega el curioso turista escritor a exhibir auténticas melonadas de guardia de la porra.

Cuando viajó por España, contaba de Amicis tan sólo veintiséis años. Se explican así muchas de sus fogosidades que, a partir de un determinado momento del viaje, llegan a comprometer zonas críticas de la entrepierna, muy necesitadas de consuelo urgente. El sentimental romanticismo del autor no se desborda, empero, únicamente por tan naturales y comprensibles desagües, sino que inunda con sus excesos otras parcelas menos inocentes como el patriotismo y el ideario político. Entusiasta de Don Amadeo de Saboya, tal vez por la única razón de que el duque de Aosta fuese hijo del Vittorio Emmanuele que puso corona al Risogimento y a la unificación italiana, se nos antoja el ex-combatiente de Amicis más mazziniano que garibaldino, y, no obstante esto, imbuido de cierta épica guerrera un tanto tronada.

El libro, con todo, se lee con agrado, posee una más que notable amenidad y luce una prosa en ocasiones elegante y, por momentos, inspiradísima: sirva como botón de muestra la bellísima impresión del Patio de los Leones de la Alhambra, en la página 309.

La traducción rigurosa y cuidada, las notas a pie de página y la introducción de Irene Romera completan primorosamente esta bella iniciativa de la editorial Cátedra.

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