El bueno de Andrés Sobrino, con motivo de la para él postergada celebración del vigésimo quinto aniversario de mi esponsalicio, le regaló a Sara esta última novela de Rafael Chirbes, advirtiéndole que allí vería fielmente retratada, “tal como éramos”, la baqueteada época de la juventud de sus padres. Tal vez por esa misma razón, Mariné y yo leímos el libro muy pronto y, para Sara, permanece aún intonso.
Respetando con absoluto rigor las tres unidades clásicas de la tragedia griega, Chirbes elige el día de la víspera de la muerte del jamás suficientemente execrado general Franco para desplegar un fresco vívido y deslumbrante de la vida de la época. Las peripecias de sus numerosos personajes en ese día –como no podía ser de otra manera, se trata de una obra coral- van confluyendo con muy distintas suertes pero con equiparables destrozos en torno a la muerte del dictador, que estructura el conjunto de los movimientos de todas y cada una de las problemáticas piezas del ensamblaje. El viejo empresario crecido al amparo de las prebendas del régimen, el desdichado obrero izquierdista y su abnegada novia, el hijo que sustenta con su esfuerzo la supervivencia del emporio familiar pero no es capaz de prever su ineluctable futuro, los contradictorios nietos, la nuera autoensalzada a su altar de exquisitez, el policía destructivamente enamorado y sus subordinados asesinamente vindicativos… Y luego, la ominosa lluvia que cae sobre Madrid, los grises a caballo y las piedras húmedas en el bolsillo de la trenka, el despacho de abogado en el barrio del Viso, la tremenda desolación de todo lo que abruma y cae alrededor de todos.
Se trata, no tengamos la menor duda, de una obra mayor. Escrita con excelente estilo y sobria sabiduría, formará parte, a pesar de algún escaso resabio de señoritil elitismo, de la mejor narrativa de nuestros turbulentos días.
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