La tercera parte de la trilogía que Terenci Moix inició con Garras de astracán y continuó con Mujercísimas participa del irreverente y sanamente desvergonzado despendole de sus antecesoras, no corrige, pero aumenta, la vocación de escarnio y ludibrio y remata la faena del puteo nacional con divertida y cáustica comicidad. Dice Pere Gimferrer en el prólogo a la obra –y no seré yo quien contradiga al ilustre académico- que “el poderío de la imaginación del escritor y su lozanía expresiva se mantienen del principio al fin e imprimen al texto el ritmo de una kermesse cuyo protagonista no es ninguna de las grotescas figuras –gárgolas o cohetes de girándula - que pasan fugazmente por sus páginas, sino el habla: como en las sátiras de Persio, cuanto aquí existe, existe por el lenguaje”. Imposible decirlo mejor. No obstante, creo que la esplendorosa traca verbal con que Terenci nos celebra este fin de fiesta cumple, como toda buena construcción, una función ornamental, además de la esencialmente constitutiva. En efecto, Miranda Boronat y sus ochenta mejores amigas, el pérfido barón Parbleu, Myrna Lamour, y tutti quanti figuran en el reparto de este vodevil grotesco, nada serían sin el peculiar hablar y nada y todo decir que les conforma y da vida, pero las piruetas léxicas que los definen y desgranan su absurda peripecia son fino oropel y pedrería brillante que deslumbra como el decorado más imaginativo y deliberadamente kitsch que pudiera ocurrírsele al escenógrafo más atrevido y burlón.
Organizar un viaje múltiple a Manila para contratar fámulas y niños putos para deleite de obispos, recalar en Praga para copiar los modelos del vestuario del Niño Jesús, hacer escala en Londres para peregrinar al santuario de Lady Di y volver a Madrid y Sevilla para conspirar en contra y a favor de una boda de campanillas sólo tiene los pies y cabeza que alguien tan sabio como Terenci Moix sabe colocar a los estafermos más informes. Algo de bambolla crítica de necias ferias de vanidades sobra en este espléndido conjunto, pero es éste pecado muy venial, que se le perdona al autor sin necesidad de ser indulgente.
Con desfachatada rechifla, se permite el noi del Peso de
Sirva esta brevería como minúsculo homenaje al elegido Terenci (Ramón) Moix. Hace dos años, le tributé otro visitando su museo en el barcelonés barrio chino. Gaudium aeternum dona ei, Cupide.
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