Monday, July 23, 2007

Los inocentes, de Hermann Broch (1998)


Este libro, de ardua lectura, casi tan ardua como la de la obra cumbre del mismo Hermann Broch, La muerte de Virgilio, constituye, sin duda, género mayor, obra de arte indiscutible, trabajo literario de primerísimo orden. Decir que se trata de una novela intelectual equivale a no decir nada. Si llamamos la atención sobre su carácter filosófico, no dejamos de enunciar un socorrido tópico. Si precisamos algo más y decimos que se trata de una obra explícita y declaradamente metafísica, nos alejamos algo más de la ramplonería, pero difícilmente abandonamos los pleonasmos. Mucho más nos ilustra la advertencia final del propio autor sobre el origen del libro. Unos relatos sueltos y, en principio, independientes entre sí, adquirieron, al ser reunidos, una cabal estructura de novela, que sólo requirió la introducción de algunos nuevos y la ampliación de alguno de los preexistentes. Y, definitivamente, entramos en materia con la indiscutible y lúcida observación de Broch, cuya transcripción se nos antoja imprescindible: “¿Ante quien pretende colocar un espejo el arte? ¿Qué puede esperarse de ello?. ¿Un despertar? ¿Una elevación? Ninguna obra de arte ha “convertido” todavía a nadie. … El autor manifiesta siempre sus convicciones, mas la profunda emoción que despierta con ello queda en el campo de lo estético. … Ahora bien, aunque la obra de arte no convenza o no despierte el sentimiento de culpabilidad en algún caso concreto, el proceso de purificación en sí pertenece al dominio artístico. La obra de arte es capaz de ejemplificar este proceso – el Fausto constituye un clásico ejemplo -, y su facultad de representación o, lo que es más, de interpretación, hace que el arte adquiera una resonancia social que alcanza niveles metafísicos. …la obra de arte funciona … no como instrumento de la religiosidad o de la predicación moral, sino como instrumento de sí misma.” Transcritas que fueron estas palabras, casi ocioso resulta continuar, pues de sólo muy poco vale recordar que los personajes de la novela, en tanto que simbólicos de una situación determinada – los nada inocentes años que precedieron a la ascensión del nazismo – se expresan y actúan más allá y más acá de cualquier baldío naturalismo, de cualquier romo realismo: sus palabras y sus conductas conforman tipos y las particulares peripecias y destinos de cada uno de ellos – y el conjunto entero de peripecias y destinos – no dibujan personalidades ni reflejan estados del alma, sino que transcienden unas y otros para convertirse en alegoría total, en obra de arte en sí misma redimida. Y así, ni el protonazi y trágicamente ridículo profesor Zacarías, ni la brutal y ambiciosa criada Zerlina , ni la inconscientemente hipócrita baronesa, ni su cruel y rígida hija, ni la sacrificada Melitta, ni el inocente y, pese a tal, lúcidamente autoinmolado Andreas son otra cosa que símbolos, por no hablar del archisimbólico abuelo apicultor y su aparición postrera. Obra mayor, repetimos, que conviene esforzarse en leer, con la seguridad de que el esfuerzo queda sobradamente justificado y recompensado.

No comments: