Thursday, July 05, 2007

Rosencrantz y Guildenstern han muerto



Dos espectáculos teatrales en una sola semana. De la práctica nada a la casi saturación. No sé si me estaré curando de mis fobias escénicas.

Dentro del teatro inglés contemporáneo, los años sesenta del recién pasado siglo fueron particularmente fecundos. Tom Stoppard y sus coetáneos, Tony Richardson, John Osborne, los llamados young angry men, fueron, tal vez, los más destacados y brillantes nombres de un momento teatral espléndido que supo combinar rebeldía, rigor formal y audacia estética. La obra del primero de ellos, Rosencrantz y Guildenstern han muerto, dio la vuelta al mundo, sorprendió la mirada de los críticos e inundó las páginas de las revistas especializadas. La originalidad e ingenio de su planteamiento, la viveza chispeante de sus diálogos, que no hacen ascos al absurdo, y cierto británico sentido de la paradoja intelectual justifican plenamente tanto ruido.

Bastantes años después de sus resonadas andanzas, la directora Cristina Rota, con un plantel de jóvenes actores, con Juan Diego Botto y Ernesto Alterio en los roles protagonistas, hace revivir esta farsa tragicómica en la que los personajes secundarios adquieren el protagonismo. Tal suplantación no resulta, empero, liberadora, sino, muy por el contrario, más reveladora aún de la ineluctabilidad de un destino que jamás dependerá de las determinaciones de los infelices sujetos sobre sus vidas subalternas: será siempre una otredad, poderosa, fuerte, superior e incontrolable, la que gobierne el timón de su desorientada presencia en el mundo. En este juego de irremediable alienación los perdedores serán siempre los mismos, despojados, para mayor escarnio, de cualquier aura de héroes trágicos. Así, el inútilmente especulativo Guildenstern y su más atolondrado y menos filosófico compañero de fatigas Rosencrantz, se verán abocados, desde el inicial azar que desafía cualquier ley de probabilidades hasta su fatal desenlace, a hacer depender su suerte de extrañas combinaciones dominadas siempre por ajenos. Esta es la pesimista y lúcida alegoría existencial que Stoppard propone sobre la presencia del hombre en el mundo. Pero tan tremenda visión no se adereza con aspavientos sino con sosegado, irónico y comedido equilibrio cómico. El resultado es una pieza compleja y perversa, intelectualmente sutil, algo pedante y escénicamente muy eficaz. Si todo ello no son excelsas virtudes teatrales, me quito el cráneo que diría cierto personaje de Valle Inclán, autor no tan lejano como en principio pudiera parecer de este viejo joven airado anglosajón llamado Stoppard.

Magnífica y muy adecuadamente sobreactuada la intervención de ambos actores protagonistas, a la que no sobra ni siquiera el leve acento argentino de Alterio. Muy tonificante también la interpretación del Actor que hace Juan Ribó y en su medida los principales shakespearianos, a los que aquí, naturalmente, les toca ser secundarios

No comments: