Sunday, July 08, 2007

Jugadores de billar (2001)


José Avello es un ciudadano nacido en Cangas del Narcea, que se licenció en la Facultad de Derecho de Oviedo hace bastantes años y que ejerce como profesor de Sociología de la Cultura en la Facultad de Bellas Artes de Madrid. Se me antoja que su estampa no me resulta desconocida, pero no lo localizo. Pero dejémonos de chorradas pueblerinas, que su novela ovetense tiene muchísima más enjundia. Tentado estoy a defender una enormidad y, como el mejor modo de vencer la tentación – Wilde dixit – es caer en ella, ahí va: Jugadores de billar, en falsa clave de novela negra, podría ser La regenta del siglo XXI, y no sólo por el obvio paralelismo marcado por la ciudad en que ambas obras se desenvuelven, sino por su comparable capacidad de configurar un ambiente y de retratar unos personajes. Que Avello pensó en La Regenta cuando escribió Jugadores …me parece evidente en multitud de guiños y pasajes que resultaría prolijo enumerar. Pero creo más pertinente destacar la influencia que los respectivos marcos tienen en la disposición de los cuadros que se pintan. El Oviedo de la Restauración, de hace ciento veintitantos años, y el actual Oviedo de los dos Gabinos, codelimitan ambos relatos de modo tan constitutivo que llega a ser la ciudad no sólo un paisaje y un ámbito, sino el elemento cohesionante de las tramas.

Jugadores de billar es, entre otras muchas cosas, la historia de unos cuantos fracasos vitales. Los tres amigos, Álvaro Atienza, Floro Santerbás, y Rodrigo de Almar, a los que debemos añadir un cuarto, narrador omnisciente cuya identidad jamás conoceremos, un advenedizo, Manolo Arbeyo, el villano del relato, y una nutrida tropa de agonistas, en absoluto secundarios, van trazando unas derrotas vitales, a través de las que surgen insospechados entresijos de toda una sociedad, que tienen sus raíces en un pasado no por remoto menos actuante. La dolorida y laberíntica alma del jorobado Atienza y su pregnante pasión amorosa, la bonachona y lúcida camastronería de Floro Santerbás, la indiferencia vital de Rodrigo de Almar podrían ser las caracterizaciones primarias de los jugadores: el juego va, empero, bastante más allá de estas elementalidades. La trama que se va urdiendo pose una complejidad sólo aparentemente contradictoria con la escasez de acontecimientos que pueblan la gris cotidianeidad.

Llama la atención el tratamiento de las figuras femeninas del relato: señaladamente, la joven, simbólica, pura y exenta Verónica Galindo, objeto del pasional desvarío de Álvaro Atienza, pero también la desdichada Adelina Valle, la generosa Mari la Gorda, la dúctil, maleable y desclasada Carmina la de Arbeyo… Cuando todos los intereses en juego se precipita y chocan, el pasado con el presente, los viejos crímenes con los nuevos propósitos, la especulación con el oportunismo vindicativo, los vetustos próceres con los modernos ejecutivos, son precisamente las mujeres quienes determinan y subrayan el resultado de los envites y de las bazas, aunque más propio fuera hablar de las carambolas.

O la memoria me empieza a crear espejismos o un tal Vicente el Ciclista existió en carne mortal en el Oviedo de mis años mozos, con idéntico nombre, apodo y atributos físicos que los del correveidile de la novela. Y, aunque Floro Santerbás, como el resto de los personajes es, si no un arquetipo, sí, al menos, un característico, para mí que tiene más de catorce puntos de encuentro con el jocundo y enorme Ignacio Gracia. Si a esto se añade que al catedrático Sema sólo una ele le falta (y una eme le sobra) para literalmente ser el personaje real que evoca, no sería aventurado mi barrunto de que hay similitudes con la fauna humana ovetense realmente existente que van más allá de la mera coincidencia casual.

No quiero terminar sin destacar dos rasgos que me parecen de particular relevancia: Jugadores de billar no es, en absoluto, una novela erótica, ni de modo alguno podría ser encasillada en el género humorístico, pero cuando en algunos oportunísimos momentos se arranca por esos difíciles registros, lo hace con soberbia y original maestría. El humor, por cierto, tiene inconfundible sello local, a la vez fino y ácido y, pese a todo, amable, es decir, genuinamente ovetense. Por lo demás, está estupendamente bien escrita, con una prosa elegante, sobria y eficaz, a la que ni tan siquiera alguna mínima redundancia logra deslucir.

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