La escritora Carmen Posadas se incorpora al género biográfico con este híbrido de novela y trabajo de investigación. El planteamiento, ingenioso aunque no demasiado original, consiste, simplemente, en ir haciéndonos oír una supuesta voz de la famosa cortesana, bien a través de las deformadas y tramposas biografías que de ella se escribieron o de los inoportunos fantasmas que, en forma de recuerdos, la visitan en su humilde cuarto de Niza en los últimos días de su larga vida, e interrumpir esa voz personal imaginada – novelada, por tanto – por medio de oportunas acotaciones objetivas (investigadas y, en lo posible, contrastadas) con las que la autora contrapuntea y tamiza las recreadas confesiones. El resultado es un muy aceptable fresco que nos ofrece una semblanza más que plausible de la por tantos motivos fascinante Carolina – en realidad, Agustina – Otero, desde su mísera y traumatizada infancia en Valga hasta la sórdida mediocridad de sus últimos años, después de haber conocido la más esplendorosa riqueza y de haber compartido lecho con las testas coronadas más señeras de
No quiero dejar sin destacar convenientemente la divertida y casi surreal historia que la autora intitula Las lentejuelas del cura Carrandán. Me temo que el éxito del libro va hacer infructuosa una excursión a Valga para contemplar in situ las reliquias indumentarias de la bella que adornan las imágenes del Sagrado Corazón y de
Las fotografías que ilustran el texto son oportunas y bien escogidas.
1 comment:
Sólo un pequeño apunte a tu texto, en cuanto al "arte de la fornicación" del que hablas, en mi opinión, una mujer salida de la miseria como ella había de acostarse (y diría que desgraciadamente) con todos esos hombres para conseguir influencias y posición social, como si formara parte del trabajo, para llegar hasta donde llegó y alcanzar la fama y la fortuna que alcanzó. Recordar que en aquél entonces las mujeres aún estaban sumisas al sexo masculino, así que utilizó a los hombres para lograr esa independencia, con una frivolidad implacable. No por eso diría yo que para ella fuera un placer exquisito tener que venderse a cada uno de ellos.
Post a Comment