Ediciones EL PAÍS ha vuelto a reunir en un volumen una serie de trabajos periodísticos homogéneos de Manuel Vicent. La colecta abarca un período de unos diez años en los que, bajo el título genérico Fantasmas, publicó el autor en el diario de referencia. Describen lugares, registran situaciones o captan ambientes en los que, de muy distintas maneras, se ha ido condensando una gran cantidad de energía. Desde la aparición de los tanques de Milans del Bosch en las calles de Valencia, un veintitrés de febrero, que provoca la desbandada general de los pájaros alineados sobre los cables del tendido eléctrico hasta el erotismo que confiere a la carne femenina el diseño de un modista, pasando por la central nuclear de Valdecaballeros, tan próxima al monasterio de Guadalupe, por el metro de Nueva York, los sótanos del Banco de España y sus cajas archiblindadas, o los del Ministerio de Justicia que conservan aherrumbrados útiles de ejecución de penas capitales, los confesionarios, el baldaquino de San Pedro en el Vaticano, los urinarios de las discotecas o los abrevaderos juveniles a las ocho de la tarde de un viernes, son treinta y seis los depósitos en los que se sedimentan esas enormes concentraciones de energía que Vicent pasa por su sensibilísimo y estilizado contador Geiger literario, regalándonos con la galanura de su aguzada pluma y los infinitos destellos de ideas, de plasticidad cercana a un cuadro impresionista. Leídos en posición horizontal, pero jamás amodorrada, en plácidas tardes de paradores pirenaicos, estos fogonazos vicentianos fueron uno de los mejores deleites de las vacaciones de este verano.
Es obligada la mención a las espléndidas fotografías de Ontañón que ilustran cada uno de los pasajes.
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