Monday, January 19, 2009

Avicena y las virtudes del vino


No sé si con ánimo de perjudicar o de prestigiar, en años muy pretéritos se cantaba una redondilla referida a la ciudad de los califas que decía más o menos así: Córdoba, ciudad bravía / que entre antiguas y modernas / cuenta trescientas tabernas / y una sola librería . En mi ciudad natal existen ahora bastante más de trescientas tabernas y, como en la Córdoba de la copla, las hay antiguas y modernas, cuidadas y desastradas, alegres y tristes, bonitas y feas, amables y desabridas. En cuanto a clientelas específicas, las hay señoritas y populares, carroceras y juveniles, derechosas o progres, aunque lo más frecuente es que sean saludablemente interclasistas, intergeneracionales y abiertas. Una de las más modernas -no llega a los tres años de edad- y que, entre los atributos señalados tiene los de cuidada, alegre, bonita y amable, ofrece al cliente caldos de reconocida reputación y se ha esmerado en dotarse de una decoración cálida y acogedora, aunque algo pasada de rosca en detalles "superferolíticos". Es el más llamativo, para mí, la presencia de tres lápida alineadas en la parte frontal de la barra que, a modo de triptico, llevan grabada esta sentencia, atribuida a Avicena: El vino es el amigo del sabio y el enemigo del borracho / Es amargo y útil como el consejo del filósofo / Está permitido a la gente y prohibido a los imbéciles / Empuja al estúpido hacia las tinieblas y guía al sabio hacia Dios. Me inquieta la última parte del prontuario: no recuerdo haber sido empujado hacia las tinieblas ni siquiera muy ahito de morapio, pero tampoco soy capaz de guardar desde que tengo uso de razón ningún impulso dirigido a la divinidad y provocado ni tan siquiera por los más excelsos mostos nacionales o foráneos. Ni estúpido, ni muchísimo menos sabio, estoy condenado para siempre a la más negra mediocridad.

Thursday, January 15, 2009

Campañas y homenaje


Al parecer la cosa empezó en Londres y ya ha llegado a Barcelona. Ateos y agnósticos de la variedad jocunda y divertida insertan publicidad en lugares y servicios públicos con la proclama "Dios no existe". Bueno, en los autobuses de Barcelona, según muestran las imágenes de la televisión, el texto, seguramente debido al descrédito posmoderno que hoy sufren los enunciados absolutos y al prestigio lamentablemente creciente de la corrección política, es más "cauto": "probablemente, Dios no existe". Cabe reprocharles a estos amigos, además de la cautela, la falta de originalidad. Desde hace muchos años, hay una campaña publicitaria de una marca de cerveza, que fue tomando distintas variantes, todas ellas relativizadoras. Recuerdo que la primera de ellas mostraba una una imagen de Shakespeare con una voz en "off" que decía: "probablemente el mejor escritor de todos los tiempos", y añadía enfatizando: "...probablemente...". Despues, mostraba una imagen del botellín de cerveza con su logotipo y repetía: "probablemente la mejor cerveza del mundo", añadiendo, por supuesto, el "probablemente" enfático. Al día siguiente, la imagen era de Mozart, con el texto que es ocioso reproducir, y así sucesivamente. Aquellos "probablemente" tenían gracia, ingenio y eficacia vendedora. El referido a la existencia de Dios, se la coge con papel de fumar, si se me permite la grosera expresión. Pero bienvenida sea la iniciativa. Por cierto, que la pronta respuesta de los creyentes no muestra vacilación alguna y se expresa con la contundencia de la fe militante, como no podía ser de otro modo.
A propósito de este entretenido juego de tiempos de crisis, debo reivindicar la paternidad anónima de la iniciativa para un desconocido vecino o transeúnte de París que, en el mes de septiembre pasado, con ocasión de la visita de Ratzinger a la ciudad, y valiéndose de un humilde rotulador negro, escribió este dístico memorable: "Dieu n'existe pas, merde au Pape" sobre un enorme cartel publicitario de una gigantesca red de supermercados, adherido a una pared de un pasillo de la estación de metro de Nation. Brindo por tí, camarada.