Hace pocos años leí una biografía un tanto heterodoxa de Picasso, escrita por Norman Mailer. Acabo de terminar esta otra de Diego de Rivera, cuyo autor es Patrick Marnham, que tiene más de un punto en común con la de Mailer. Parece ser propio de periodismo anglosajón un cierto estilo penetrante y mordaz, más descarnado que profundo, más irreverente que desmitificador, más cotilla que erudito, que se acerca a las vidas de ciertos genios dejándose seducir por los aspectos monstruosos o espectaculares de su personalidad antes que por la creatividad desbordante de su espíritu. Contra lo que pudiera, prima facie, parecer no constituyen estas palabras ningún reproche para estos biógrafos. Hay, muy por el contrario, una admiración expresa por la eficacia de un modo de escribir a la vez elegante, desenfadado y riguroso, que nos hace sentir al personaje con plausiblemente notable proximidad al modo de sentirlo que debieron de tener sus contemporáneos más cercanos e íntimos.
La infancia y los años de aprendizaje en Méjico, en los que ya se perfilan los rasgos más definitorios de este gran mitómano; la época parisina e italiana, el retorno a Méjico, la aventura muralística en los Estados Unidos, las descabelladas andanzas políticas, las fornicaciones con cientos de mujeres, célebre y anónimas, el infantilismo incurable del artista, su hiperbólico egoísmo, su desaliño y suciedad física y espiritual, su patológica irresponsabilidad y la semblanza de las esposas y amantes estables que le rodearon: una enumeración incompleta y muy sumaria de las múltiples facetas que van desgranado las casi cuatrocientas páginas de este recomendable volumen. Como no podía ser menos, la figura de Frida Kahlo ocupa un destacadísimo lugar en este fresco biográfico y es analizada con una precisión que se me antoja una de las partes más logradas del trabajo. No creo poder decir lo mismo de las impresiones sobre Trotsky ni de los avatares que conducen a la consumación del muy planificado atentado que pone fin a su vida. La gran pléyade de pintores que Diego frecuenta en París queda un tanto desdibujada, aunque menos que la de los otros muralistas contemporáneos y compatriotas de Rivera (Orozco, Siqueiros …). A pesar de estar expuesta de manera algo atropellada y errática, es muy ilustrativa la historia política del siglo XX mejicano, que Fuentes noveló de manera insuperable en Los años con Laura Díaz. Parecen algo sesgadas, aunque no injustas, las consideraciones sobre la actividad del Partido Comunista Mejicano y de toda
Bajo ningún concepto quiero omitir que el libro es un regalo de Jorge y Viqui con motivo de vigésimo quinto aniversario de mi esponsalicio. Quede de ello constancia escrita.
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