Monday, July 31, 2006

Retratos nada imaginarios. 1.- Doña Sol

Es totalmente asexuada, pero gusta de imaginarse, como Manon, in quelle trine morbide. Carece del más elemental sentido común, lo que no le impide intentar, y en ocasiones conseguir, gobernar la vida de cuantos le rodean. Una dulzura impostada, ultrasuave y sumamente cargante disimula apenas la abrasividad de una lija del nueve. Autoritaria, egocéntrica hasta el ombliguismo, desconsiderada y fatua, pretende convencer al mundo de su preocupación por el prójimo, su desprendimiento y su liberalidad. Más cursi que la niña de la estación, exhibe pujos de buen gusto artístico. Posee un piano de cola que ocupa toda una pieza de su casa y cuyas teclas esperan a perpetuidad la mano de nieve -por lo fría- que les arranque el primer compás. Metidos en becquerianos gastos, debemos señalar que alberga la firme convicción de ser la destinataria nata de la rima que comienza con eso de Cendal flotante de leve bruma..., pero su sutileza y su espiritualidad se parecen más a las de la señorita de Trevélez que a las de la Laura de Petrarca. Atacada del síndrome de la divorciada cornuda, se reconcome y complace en putear a su "ex" y en hacerse acompañar de chevalier servant, que le sirve tan solo como animal de compañía, sin los derechos de la más humilde mascota. Hipocondríaca hasta la desesperación, pronuncia conferencias médicas ilustradas, practica el intrusismo recetando pócimas y recomienda profesionales sufridores de su entera confianza. Para reforzar su autoridad, no duda en presentarse, una y otra vez, como cardiópata avezada. Por si tales prendas fuesen escasas, el mayor pelmazo del mundo palidece ante las supremas habilidades en el arte de dar la vara de esta dama singular, que paga las facturas telefónicas más abultadas de la Europa comunitaria y se hace esperar más de hora y media en todas y cada una de sus citas y compromisos, incluido el compromiso político, del que hace bandera agresiva. Last but not least, la señora ha entrado ya en la sesentena.
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Saturday, July 15, 2006

Abuelazgo

Se llama Léo y nació en la maternidad de Les Lilas el pasado día seis. Es mi primer nieto. Por parte de padre tiene ancestros sefarditas. Del lado materno, que es el que me otorga el abuelazgo, tengo la nulamente documentada impresión de que no hay demasiados cristianos viejos por ninguna de las ramas ascendentes por la que se tenga el capricho de trepar. Que yo sepa, niguno de sus actuales parientes más próximos profesa religión alguna. Bienvenido seas, muchachito. Estás en buenas condiciones de crecer libre y feliz, incluso en un mundo tan baqueteado como éste en el que nos está tocando vivir. Prometo poner todo lo que esté en mis manos para que así sea. Se te ve un rostro más diferenciado de lo que suelen estar los de los mamoncillos de tu edad y condición. Consérvalo y mejóralo, incluso después de los cincuenta, edad a partir de la cual, según se dice, cada quien tiene la faz que se merece. Después de los cincuenta y después de los ciento cincuenta, porque, como dice el conocido chiste, para qué poner límites a la divina providencia. Brindo por tí.
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Sunday, July 02, 2006

Sara Montiel

Esta señora que hoy vemos, queridos niños, como ilustración fondona y abotargada del sic transit gloria mundi, fue, como podeis observar, mujer de belleza singular y rotunda, con un tirón erótico capaz de mover la entera dotación logística de RENFE. Este juguete roto, que sobrevive de la avidez de las revistas de la entrepierna, encandiló los más tórridos sueños de la generación de mi padre y de la mía propia, en un tiempo en que la mugre verdinosa y grisácea del franquismo hedía con particular acritud. Este icono vivo de la mariconería ibérica y mundial cantaba con excitantísima voz de fregona constipada y cursi los cuplés más socorridos y hacía de ellos baladas lánguidas y libidinosas que nos ponían como una Harley Davidson. Este ser patético y vulgar se pasó por la piedra, según cuenta en sus memorias -y me cuesta creer que mienta- a lo más granado de las ciencias y de las artes, desde Gary Cooper hasta Severo Ochoa, desde Hemingway a su marido Anthony Mann. En ocasiones, se empeñaba en disfrazarse de gran dama, pero su encarnadura era más de putón verbenero que de chulapa castiza o de marquesona candonga, y aún con todo y eso levantaba los corazones y demás órganos vitales con mayor y mejor eficacia que el más vigoroso estimulante con sólo dejarse ver. Tenía el alma plebeya y el instinto proletario, antes de convertirse en pasto de logreros. Fue, en fín, mujer de rompe y rasga, de armas tomar y no de pelo en pecho sino donde se debe tener.
Contemplando la imagen que ilustra esta entrada, no pude resistir la tentación de hacerle este homenaje, aunque sí la de hacérmelo a mi mismo. Cosas de la edad.
Va por usted, doña Sara.
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Il Comte Ory

Van en orden cronológico inverso los comentarios sobre el recital de Isabel Rey, que tuvo lugar ayer, sábado y día dos y sobre Il Comte Ory, que se representó el viernes, día uno. Vaya en primer lugar una opinión que no suscribe una porción no demasiado escasa del público: me encantó la puesta de escena de Lluis Pasqual. A quienes piensan que una historia bufa de sabor medieval, con cruzados ausentes, damas aburridas, seductores torpes y lances equívocos no se pude ambientar en un lujoso salón con arañas cristalinas, mesas de billar muy historiadas, cortinas propias de la marquesa de La Regenta y vestuario rigurosamente actual, sólo desmentido por las imprescindibles tocas monjiles y los expresivos cascos de capirote, les pido humilde licencia para replicar que tales decorados forman parte de una brillante, irónica, desvergonzada y adecuadísima intención narrativa. Nada impide imaginar que unos ricos burgueses ociosos se están contando a sí mismos un ensiemplo chocarrero, una decameronada chunga y chusca, una juerga alegre y disparatada en la que nada es verosímil, pero sí muy divertido y risible. Los abundantes guiños, a pesar de ser muy obvios, refuerzan la comicidad de las situaciones. Como el burlador es un cretino y debe resultar justa y necesariamente burlado, como las damas virtuosas tienen su virtud muy a punto de caramelo, todo debe decirse como se dice y presentarse como se presenta. Como todos los personajes están al cabo de la calle de lo que está sucendiendo y va a suceder, nadie necesita evitar la trapisonda. Y en esa trapisonda, el salón decadente queda de lo más propio.
En la imagen elegida, la puesta en escena es la misma que anteayer hemos contemplado. Sólo que en ella está Juan Diego Flórez, que habría culminado una velada, digna de todos modos de feliz recuedo. Marc Laho es un tenor belga, rechoncho y correctito, cuya voz palidece y se esfuma ante la sola evocación de la del peruano. Hay un DVD que recoge una interpretación suya del mismo personaje (Ory) en el festival de Glyndebourne de 1999, en el que Diana Montaigue hace un Isolier bastante mejor que el de Francesca Provvisionato. Excelente y muy guapa la soprano rusa Irina Samoylova (Adéle), muy en su sitio el barítono bajo Simón Orfila (Le Gouverneur) y apropiada la mezzo Marina Rodríguez-Cusí como Ragonde. Los demás, ni fu ni fa.
Las banderitas de colores arco iris que se agitan en la escena final ¿son otro guiño de Lluis Pasqual? Andrés, que es muy sabio, cree que no.
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Recital de Isabel Rey

Por comprensible capricho, los organizadores del festival Mozart quisieron rematar el de este año con una sesión monográfica del valenciano Martín y Soler, contemporáneo de Mozart, a quien el genio tenía en muy buena consideración. El rito fue oficiado por la también valenciana Isabel Rey, habitual de la casa y elegida por Harnoncourt para algunas grabaciones mozartianas.
Veintiuna canzonette son muchas canzonete aunque sean ligeras y graciosas, se distribuyan en dos partes con un intermedio, se completen con un aria de ópera y, con todo, no ocupen más tiempo que una hora y diez minutos. Tal vez por eso mismo, Isabel Rey, por iniciativa propia, sin hacerse nada de rogar, declaró que tenía ganas de hacer más música y se arrancó con el Fado de Halffter cuando aún no habían acabado los aplausos, algo fríos, de un público con cara de circunstancias. Vino despúes el vals de Mussetta (Quando m'en vo), porque, al parecer, La Bohème forma parte del repertorio de esta soprano mucho más mozartiana que pucciniana. Cantó luego con delicadeza suma y sensibilidad muy cálida Deh, vieni non tardar...Giunse alfin il momento, la deliciosa aria de Susanna del cuarto acto de Le nozze di Figaro. La emoción alcanzó aquí muy altas cimas y tal vez hubiese sido ese el momento de encenderse las luces. Pero la valenciana quiso darse -y darnos- el gusto de ponerse picaruela y cantó Quel sguardo il cavaliere, de Don Pasquele, que debió de servirle de ensayo y precalentamiento muy anticipado de la función que, según nos informó, tenía hoy a las dos de la tarde. Y con esto nos despedimos hasta el año próximo.
Adelgazó considerablemente la señora Rey y luce imagen estilizada, elegantemente enfundada en vestido de color oro viejo. Sugestiva, aunque las marcas de edad se hagan más visibles con esta nueva fugura. Se me ocurrió hacer una porra conmigo mismo y pronosticar que lleva encima cincuenta y siete primaveras. ¿Puede alguien decirme si he acertado?.
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