Tuesday, July 03, 2007

Jorge Volpi: En busca de Klingsor (1999)


El treintañero mejicano Jorge Volpi no es Balzac. Está, en cualquier sentido, muy lejos de sus muy ilustres mayores y paisanos Azuela, Rulfo, Paz o Fuentes. Ni siquiera se aproxima a su modelo Eco, expertísimo perro viejo, que sabe más por viejo que por semiólogo. Pero no le escatimemos méritos: Jorge Volpi es, sin duda, un chico listísimo y sabe hacer, con todas las de la ley, un bestseller culturalista y aparatoso que ocupará las mesillas de muchísimos finolis, sedicentemente letraheridos. A bastantes de ellos se les resistirá la prosa elaborada y laboriosa de este joven tan brillante.

Con un armazón sólido de estructuras físico-matemáticas, Volpi teje una urdimbre densa y entreverada de bambolla científico-cultural, que resiste bastante bien casi todas las pruebas del algodón y alguna que otra de mayor exigencia. Se atreve incluso, con buen éxito, a transgredir una norma casi sagrada del género y deja el enigma sin solución, o, mejor dicho, a merced de una solución metafórica y metafísica, que ilustra, por una parte, el teorema matemático de Gödel y permite, por otra, que el principio de incertidumbre de Heisenberg, empujado por la desasosegante y nubladora pasión amorosa, decida un axioma indecidible en favor de la opción más problemática y menos resolutoria, tan cierta o incierta como su contraria, pero de fatales y trágicas consecuencias para el desdichado personaje narrador del relato: el torturado profesor Links, nuevo rey Amfortas sin fortuna, que no pudo encontrar en el bisoño físico Bacon a su Parsifal salvador, capaz de no sucumbir a las humanamente irresistibles asechanzas amorosas de una Kundry no por previsible menos devastadora. En consecuencia, no ya la identidad sino la existencia misma de Klingsor quedan en literal entredicho, con lo que volvemos a lo dicho.

Sucede con esta novela tan elaborada, tan de piñón fijo y tan de pie forzado lo que ocurre con todas las que siguen el mismo patrón: sus personajes pierden encarnadura y consistencia o, mejor dicho, no las llegan a adquirir. Incluso la variada panorámica de físicos realmente existentes que se nos ofrece no va más allá de un pequeño muestrario de semblanzas un tanto banales (Einstein, von Neumann, Heisenberg, Schrödinger, Bohr…) parecen guiñoles de sus personalidades respectivas). Algo falta o sobra en el tratamiento del revelador triángulo amoroso Natalia – Links – Marianne, que hace que no nos conmueva como debiera … En fin …¿para qué seguir haciendo reproches vanos? La novela está muy bien hecha y tiene bien merecido el premio Biblioteca Breve que se le otorgó. Incluso, como pasó con El nombre de la rosa, puede dar lugar a un excelente guión cinematográfico que sirva de base, en manos expertas y sutiles, a una película de mucho lucimiento.

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