Friday, February 19, 2010

Algunas elegancias


Aprovechando las cortas vacaciones carnavalescas que disfrutan docentes y discentes, nos hemos acercado a París para disfrutar de la descendencia, del distraído "flanear" callejero y de algún evento musical.
La descendencia bien,gracias: mi hija cada vez más atareada y mis nietos cada vez más guapos y simpáticos,como no podría ser de otro modo.
En nuestra actividad "flaneusse" pudimos rendir un pequeño y breve homenaje, que queda documentado en la imagen de esta entrada, a Muriel Barbery y su elegancia del erizo (L'élégance du hérisson). Muriel Barbery no es Stendhal, pero ha escrito una novela divertida y pesimista, casi tan posmoderna como posmodernos son sus imposibles personajes protagonistas, la ilustradísima portera Renée, la niña superdotada Paloma y el refinado japonés Kokuro, vecinos todos ellos del inmueble señalado como número siete de la Rue Grenelle. Se merece, pues, el homenaje.
Los eventos musicales resultaron más que satisfactorios. William Christie y su sempiterno ensemble Les Arts Florissants nos ofrecieron en la sala Pleyel y en versión concierto la händeliana Giulio Cesare in Egitto, con una sorprendente y magnífica Cleopatra a cargo de Cecilia Bartoli, un Giulio Cesare encarnado, algo inusualmente, por un contratenor(muy brillante Andreas Scholl), una Cornelia con la que gratamente se nos restituye la añorada cuerda de las contraltos en la voz cálida y bien temperada de Natalie Stutzmann y un Sesto interpretado en la función a la que yo asistí por una tierna, sensible y delicada Anna Bonitatibus (en las otras dos fue el metrosexual Jaroussky quien exhibió sus prestaciones). Un día después y en el mismo lugar de la Rue du Fauburg Saint Honoré, Daniel Barenboim deleitó a una concurrencia entusiasta y entregada con un monográfico Chopin que hubo de completar en el día siguiente, en el que ya me resultaba muy difícil, si no imposible, acudir. La verdad es que el maestro judeoeslavoporteño respondió con creces a la expectación, entusiasmo y entrega de su público parisino con una ejecución impecable, emotiva, de una precisión y una inteligencia difícilmente alcanzables.
Siempre nos quedará París.