En esta bonita fábula hay también, además de edificantes moralejas, personajes y materiales de cuento infantil: hay caperuzas rojas de vocación nomadesca, hay lobos feroces ultramontanos, hay abuelitas enfermas, bondadosas y algo cascarrabias, hay galanes apuestos, hay cenicientas maltratadas …Con todo ello, y merced a un notable talento para jugar sin hacerse daño, es decir, para transitar por el territorio de las tiernas y buenas intenciones sin despeñarse por los precipicios de la cursilería o la banalidad, construye Lasse Hallström una suculenta parábola sobre las virtudes taumatúrgicas del chocolate, que es también un canto al goce de los cinco sentidos y, señaladamente, a los del gusto y el tacto. Sólo por esto último ya merece la pena, con creces, el precio de la entrada y las dos horas algo cortas de permanencia en la sala. Si además se despiertan nuestros mejores apetitos golosos sin empalagarnos y se halagan nuestros buenos sentimientos y nuestro gusto por los finales felices sin incurrir en blandura o mal gusto, ¿qué más podemos pedir?
Una Juliette Binoche definitivamente adulta y madura hace una interpretación soberbia de su feérico personaje. Le secundan admirablemente el resto de los actores, desde el que encarna al alcalde legitimista a la que da vida a la estupenda abuelita, pasando por el galán de las barcazas, la tabernera malmaridada o la bella viuda, secretaria del malo reconvertido, hija de la abuelita vivaz y madre del niño artista.
Hay en mi archivo de Word más comentarios cinéfilos -la verdad es que no muchos. De momento, he elegido éste por su brevedad. Con la sequía, es probable que recupere alguno más para la mal nutrida bitácora.
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