Sunday, June 19, 2011

La clemencia de Tito, Coruña 2011


Las penurias de la crisis y otras carcomas obligaron a que el Festival Mozart de este año fuese aún más enclenque y menguadito que el del año pasado. Así que en el Palacio de la Ópera pudimos contemplar un solo título. Eso sí, glorioso. Insisto en lo de glorioso, porque hay más de un sabihondo a la violeta que estima necesario precaverse ante el prójimo advirtiendo que La clemencia de Tito es una ópera de segunda fila. A estos menesterosos se les debe recordar, en cumplimiento de una de las obras de misericordia, que la obra con la que se festejó la coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia, es tal vez -sólo tal vez- una ópera de segunda fila, dentro de las óperas de Mozart, lo que equivale a decir que es una ópera de primerísimo rango dentro del conjunto universal del género. Considérese una obra de encargo, sobre cuyo tema tópico ya había compuesto Glück otra años antes, con un libreto acartonado y renqueante de Metastasio, que el salzburgés compone a uña de caballo, mientras trabaja también en el Requiem y en La Flauta mágica. Y, pese a todo, ¡qué densa concentración de belleza en su música! ¡cuánta maestría en la expresión de los afectos! ¡qué prodigio de equilibrio y de delicadeza en el tratamiento de los toscos mimbres con los que trabaja!
Andábamos algo preocupados sobre lo que querría decirse con eso de "versión semirrepresentada" con que se anunciaba la función. ¿Una versión de concierto con adornos figurativos, trajes de época y aparato gestual sobreactuado? ¿Un deambular "funcional" por un escenario con "guarnición"? Pues, ¡oh grata sorpresa!, nada de eso. Les adelanto que hay algunas puestas en escena que se anuncian y venden como completamente representadas y son bastante más esquemáticas, escuetas y "minimalistas" que la que ayer pudimos contemplar en La Coruña. Al abrirse el telón nos encontramos con un espacio escénico perfectamente simétrico, en el que cuatro escalones que ocupaban todo el ancho de la caja, divididos en dos partes iguales por una rampa central, daban acceso a una plataforma en segundo término en la que se apoyaban cinco cilindros sobre bases hexagonales, cuyo conjunto sugería, a la vez, una fila de columnas grecolatinas y un juego de tuercas gigantescas. El cilindro central, más alto que los cuatro restantes, constituía el eje de simetría de todo el conjunto. Al pie de los escalones, y en cada uno de los extremos, unos cubos de tamaño regular, dotados de respaldo lateral, completaban el aparato ornamental. Al iniciarse el segundo acto, se producía un cambio único: las columnas-tuercas de la parte superior quedaban abatidas, manteniéndose en pie sólo la central más alta, que conservaba su función de eje de simetría. Una iluminación muy expresiva, de cambios frecuentes, rápidos o graduales, y unas imágenes proyectadas sobre el telón de fondo (gotas de agua cayendo y formando círculos concéntricos sobre una superficie líquida, llamas, figuras geométricas cambiantes, etc.) completaban la ilustración del espectáculo. Los cantantes evolucionaban y actuaban a lo largo de la plataforma superior con algunas posiciones en horizontal sobre la rampa a cargo, sobre todo, de Sesto y Vitelia, con sus nucas enfrentadas o mirándose de frente. El vestuario, intemporal y sin complicaciones en todos los casos, excepto en el de Vitelia que lucía una elegantísima mezcla de traje de noche, casaca larga y botas y calzones de montar, realzado todo por el palmito de la alta, esbelta y muy guapa Veronique Gens.
Nos toca ahora hablar de lo más importante y, lamentablemente, lo menos brillante del espectáculo de ayer: el capítulo de las voces. Marta Matheu hizo una Servilia discretita y poco más; el Annio de Pilar Vázquez fue bastante irregular y, en Torna di Tito al lato, desentonado, como desentonado, plano y gris fue el Publio de Mauricio Murano. Asomos de muy buenas maneras hizo Lucia Cirillo como Sesto, sensible y cálida, pero sin llegar a las muy difíciles y especiales prestaciones que debe poseer una mezzosoprano lírica que quiera encarnar al personaje con todos sus matices. Aún cuando no sea la soprano lírica de fuerza que Vitelia requiere, Veronique Gens sacó un excelente partido de sus condiciones vocales y fue, en mi opinión, la mejor del reparto, con una brillantez digna del personaje. Desvaído y flojo el Tito de Robie van Resburg. Espléndido, como no podía ser de otro modo, el trabajo de Fabio Biondi al frente de la Real Filharmonía de Galicia y correcta la aportación del Coro de la Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigido por Joan Company. La calidad de las aportaciones de Mario Carniti en la dirección escénica, así como la del vestuario, ya quedó valorada en las líneas anteriores.