Aviso para mareantes: conservo una vieja admiración por la figura política de Jordi Solé Tura, la sigo conservando después de leer lo que parece ser la primera parte de sus memorias. Esta vieja admiración no me impide considerar al libro que nos ocupa como una obra fallida. En efecto, cualquier lector atento espera de las memorias de un personaje público algo más que un relato finalista de sus andanzas políticas. La peripecia vital del personaje se nos escamotea y se nos escatiman al máximo los aspectos más íntimos o personales de sus vivencias. Protegida por superpuestas auras de impostada modestia, de humildad insincera, la imagen que conscientemente se nos transmite es la de una figura gigantesca, la de un prodigio de tesón, voluntad, coherencia y dedicación que convierte su ser en el mundo en un heroico modelo que casi nadie puede alcanzar. Si este panadero del Vallès, quintaesencia de las virtudes catalanas, ejemplar magnífico del seny (con ausencia total de rauxa), epítome de la laboriosidad, la mesura y la austeridad, escalador incansable de cimas físicas y espirituales, hubiese dedicado sus inagotables energías a la prosperidad de su primitivo negocio familiar, sin duda sería hoy el más poderoso magnate de la más colosal empresa multinacional del gluten. Para fortuna de sus compatriotas, sus esfuerzos se aplicaron sin desmayo a una actividad política varia e ininterrumpida, que va desde la militancia clandestina en las células universitarias del PSUC a la poltrona del Ministerio de Cultura, pasando por la redacción de la mítica Radio Pirenaica, la fundación de Bandera Roja y la redacción de
La obra concluye, provisionalmente, en el momento en que se constituye
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