Tuesday, July 03, 2007

RAFAEL AZCONA. Estrafalario 1


Los muertos no se tocan, nene; El pisito; El cochecito

No sé cómo me atrevo a glosar esta trilogía azconiana después de haber leído el magistral y definitivo prólogo que Josefina Rodríguez Aldecoa hace para la edición de Alfaguara de estos tres clásicos de la corrosiva prosa del riojano, probablemente corregidos y aumentados respecto de sus originales en La Codorniz y en los respectivos guiones cinematográficos. Son tales la perspicacia, el conocimiento de causa, la profundidad escrutadora, la agudeza de juicio y la exactitud de los comentarios de la ilustre viuda, que cualquier cosa que pretenda no ya sustituirlos sino imitarlos está condenada al ridículo. Como, afortunadamente, yo no publico, quedo algo disculpado en este intento, que no persigue otro fin que el de mantener la disciplina de reseñar por escrito cuanto libro tiene la desgracia de caer en mis manos indoctas y pecadoras.

Vaya por delante una obviedad: se trata de tres obras maestras. Es ocioso buscarles género: relatos de humor negro, estampas de costumbres de posguerra, dislates hiperreales, desahogos de un ácrata feroz y tierno… Tanto da. No son horas de buscar etiqueta para estos acreditadísimos y añejos productos de uno de los ingenios más desbordantes de la literatura cinematográfica (y de la literatura a secas) de la España de la segunda mitad de este puñetero siglo.

Soy lector ingenuo y bastante agradecido. Por lo primero, no me cuidé en absoluto de reprimir la carcajada tiesa ante numerosos pasajes de los tres gozosos, gloriosos y dolorosos relatos. Por lo segundo no me recato en proclamar que, después de leer a Azcona, y aunque resulte paradójico, me reconcilio con el mundo. Pero ni mis risas cándidas ni mi edificante disposición de ánimo hacen justicia a este logroñés universal, o marciano galáctico, que se toma las constelaciones por montera y orbita, sin jamás perder pie en tierra, en unos intemporales espacios de lucidez, ferocidad, ternura, compasión, inclemencia, pasmo, retranca, descreimiento, escarnio, mofa y dolor de corazón. Los antihéroes de sus narraciones –todos nosotros- arrastran sus desgalichadas vidas por la España de los años cincuenta, pero con igual adversidad las podían desperdiciar en la Nueva Zelanda del 2020. Curiosamente, estos personajes tan carpetovetónicos y estas situaciones tan impregnadas de mugre celtibérico-franquista son de lo más universal y de lo menos castizo que me he encontrado en mi vida. Este singular logro artístico es sólo patrimonio de genios absolutos. Rafael Azcona, naturalmente, pertenece a esta categoría.

Era mi intención hacer una referencia individualizada de cada uno de los relatos, pero después de lo dicho, tal propósito se me antoja más bien capricho vano. El título genérico que acoge la trilogía (Estrafalario/1) permite cobijar la esperanza de que habrá próximas entregas de tan saludables alimentos del espíritu. Que Azcona y la editorial Alfaguara nos lo permitan.

Al contrario de lo que aquí se dice, jamás fui capaz de mantener la disciplina de glosar los libros leídos. Son muchísimos más los que se quedaron sin comentario que los que me atreví a reseñar. Que yo sepa -y mucho agradecería la corrección- Estrafalario 2 aún no ha visto la luz.

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