Permítaseme comenzar con una obviedad: Si Pretérito imperfecto, de Carlos Castilla del Pino, fuese una novela, nadie dudaría en clasificarla como Bildungsroman. La obviedad deriva precisamente de que no es una novela, sino una autobiografía, género en el que el proceso de formación de un carácter es, digámoslo así, connatural y casi exigible. Ocurre, sin embargo, que el marcadísimo acento que pone el autor en los sucesivos hechos, vivencias y sentires que fueron construyendo y conformando su figura científica y humana legitima en cierto modo la observación inicial, a pesar de su inanidad aparente. Desde su infancia sanroqueña hasta su paseo nocturno por los rincones de Córdoba, previo a su incorporación, en calidad de director, al dispensario de psiquiatría de la capital omeya, van sucediéndose episodios, facecias, impresiones, reflexiones, trabajos, afanes, estampas, padecimientos y gozos, entre los que sería difícil encontrar tan sólo uno que pudiésemos, con comodidad, calificar de meramente anecdótico. Es tal el productivismo que despliega el profesor Castilla que hace irreprochablemente pertinente la acusación de calvinismo que, al parecer, le imputó en más de una ocasión su maestro López Ibor. Otra observación de colega, en esta ocasión de Martín Santos en conversación con Juan Benet, también viene perfectamente al caso del libro que comentamos. Decía el autor de Tiempo de silencio, allá por los años cincuenta, que el entonces maratoniano frenólogo Don Carlos lo consideraba todo sub specie psychiatrica. Y algo de ello hay, creemos, todavía ahora, en las memorias que comentamos. La pasión cientifista de ese terapeuta esencial que es Castilla del Pino no se ha apagado con la edad y ello trasciende a sus escritos bajo esa forma que sólo alguien muy aviesamente malintencionado podría tildar de deformación profesional. Pocas personas en el mundo llevan cualquiera de sus atributos definitorios con la misma radicalidad y esencialidad con que Castilla se inviste de su condición de médico. Por supuesto, se trata de una observación personal de la que sólo el autor de estas líneas es responsable, pero creo que no me resultaría nada difícil encontrar numerosísimas aquiescencias sobre tal extremo. Pero la dimensión médica no agota en absoluto la poliédrica figura de este perpetuo pesquisidor de saberes. Se trata, en suma, de la autobiografía de un hombre que, en otra de sus obras, o tal vez en una entrevista, no lo recuerdo bien, confesaba haber aprovechado el tiempo de sus defecaciones para leer
Escribí esta frívola reseña sin gracia el día 1 de marzo de 1999, recién terminada la lectura de la primera parte de las memorias del psiquiatra sanroqueño. Años después leí "Casa del Olivo", segunda parte de tan notable autobiogafía: presa de cierto asombro erizado por la crudeza del recuerdo de las muertes de sus hijos y su vivencia de las sucesivas tragedias, me abstuve de hacer comentario alguno.
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