OTRA VEZ PARÍS
Desde noviembre estaba programada una visita a Sara y con tan tierno propósito y antelación tal vez excesiva, se reservaron y adquirieron billetes de avión por internet. Afortunadamente pudieron utilizarse con buen fin.
Hubo ya algún retraso en la salida del avión en el aeropuerto de Vigo y más aún en la de Barcelona, pero pudimos llegar con buen pie a Orly, pasadas ya las once de la noche. Nos esperaba Sara con bastante entusiasmo. Tuvimos algún problema para que un taxi aceptase llevarnos a los cuatro, aunque, finalmente un martinicano accedió a realizar el supuestamente engorroso transporte, colocándome, eso sí, su anorak encima de mis rodillas, lugar sin duda más incómodo que el asiento que previamente ocupaba. Tras recorrido veloz por el periférico, atravesamos la puerta de Vicennes, enfilamos el Cours homónimo, llegamos a la amplia plaza de Nation y tomamos, por fin, el Boulevard Charonne en el que radica la casa que nos sirvió de alojamiento esta primera noche.
A la mañana siguiente, pastoreados por Sara, nos trasladamos al distrito 5º, el dulce barrio latino, en el que la niña disfruta de un apartamento muy apañadito, a menos de doscientos metros del panteón de franceses ilustres, en una semiesquina de
Apenas colocadas las maletas y desvelados los trucos de manejo de muebles y utensilios, nos echamos otra vez a la calle. Fotografiamos el Panteón desde las puertas de la vieja Facultad de Derecho, dimos la espalda a
Por el boulevard central de
Abandonamos la isla por el Pont-au-Change, y continuamos, girando a la derecha, hasta la explanada del Hôtel de Ville, en la que, además de los tradicionales tiovivos, se ha instalado una pista de patinaje sobre hielo, para deleite de la muchachada parisina, que si no tiene patines ad hoc, debe pagar cincuenta francos por el alquiler de unos de propiedad municipal. Metidos en plena Rue de Rivoli, con el Marais a nuesta izquierda y el Sena a nuestra derecha, avanzamos en dirección a
- “Los carros se apresuran por la calle Rivoli, la multitud les sigue vociferante, se llega a la calle de San Antonio,
No hay gorros frigios, no hay escarapelas tricolores, no hay descamisados, no se ve a
Empiezan a caer copos de nieve. No queda más remedio que refugiarse. Un providencial restaurante italiano nos da cobijo. Sara y Daniel siguen conservando el paladar adolescente y disfrutan con falsas pizzas de confección industrial, aunque el dueño del establecimiento jurase por su madre que eran de fabricación artesanal y casera. El vino que acompaña al menú es bastante infame.
Al salir del restaurante, ha cesado de nevar, pero el cielo no tiene buena cara. Vamos hacia
Faltaba ya poco para las cuatro de la tarde. En el cercano Teatro de
La mañana del domingo amaneció gloriosa. Lucía un sol espléndido y la nieve, que no había cuajado, reposaba, sin embargo, en los capós de los coches. Ya en la calle, Mariné decía, y no le faltaba razón, que era aquél uno de esos momentos gozosos en los que se vive por instantes una sensación de plenitud que se nos antoja irrepetible. Volvimos a bajar por la calle de
Siempre a pie, seguimos el curso del Sena por su margen izquierda. Se empezaban a abrir los puestos de venta de carteles y libros viejos, ante los que ratoneamos discretamente. Cruzamos por el Pont des Arts, entramos en el patio principal del Louvre, rodeamos las pirámides de cristal y salimos a Rivoli. Era de todo punto imprescindible la visita rápida a la muy bella y napoleónica Place Vendôme y cumplimos con el rito.
Habíamos quedado con Sara y Daniel para comer en el diminuto restaurante cubano Little Havanna, muy cerca del cruce de
Daniel y Sara habían olvidado la cámara de fotos y Mariné se empeñó en que fuésemos a recogerla a la casa de Sara. No hubo otro remedio. Con la cámara en la mano, reencontré a Mariné y Daniel en un cafetón de Bastilla y, desinformada y estúpidamente, nos pusimos a esperar que pasara el autobús 87, que no circula los domingos, para que nos llevase a las cercanías de
Después de una travesía en metro algo complicada, encontramos a Sara en calle muy próxima al restaurante en que nos habíamos citado,
El lunes volvió a llover, pero sólo por la tarde y más calmosa y brevemente. Hicimos por la mañana el recorrido habitual hasta Ecoles y Bernardines porque Mariné quería confirmar algunos detalles sobre las reservas hechas para sus alumnos en la residencia de estudiantes. Poco después, fuimos al encuentro de Sara y Daniel en la tienda de discos de fnac del Forum des Halles, esa discutible obra urbanística de Bofill. Allí se despachan entradas para muy diversos eventos, entre ellos la exposición Picasso erótico, abierta en el Jeu de Paume. Tampoco aquí hubo suerte: las entradas se despachan con cuarenta y ocho horas de antelación y, además, los lunes cierran todos los museos de París.
Lucía el sol y dimos un paseo hasta la explanada situada entre el Louvre y
Había una cita con la profesora de español del Liceo en que trabaja Sara para concretar aspectos técnicos de la representación teatral que Mariné y sus alumnos tienen programada para el mes de abril. El tal Liceo queda bastante al este, en el Cours de Vincennes, más allá de la plaza de Nation. Ni Sara ni la hispanista pudieron ser puntuales y hubimos de esperar más de veinte minutos a la puerta del centro, con un frío que se cagaba la perra. Al final todo discurrió de buena manera y parece ser que el encuentro resultó provechoso y útil.
Otra cita, en la fuente de San Michel, a las siete de la tarde, con los amigos de Sara también se cumplimentó con buen fin. Tomamos unas cervezas en un bareto de la plaza, ellos se quedaron algún tiempo más y yo me fui andando al teatro del Palais Royal, en el que tenía entrada de primerísima categoría para el concierto de la soprano británica Lynne Dawson, que comenzaba a las ocho y media. En lugar aparte, se hará la correspondiente reseña del evento, que, de algún modo, me consoló de la frustración wagneriana de dos días antes.
No eran aún las diez y media cuando salí de la sala de la calle Montpensier. Por Rivoli me fui acercando hasta la bella iglesia de Saint Germain l’Auxerrois, con su singular y cautivadora torre exenta. Recuerdo haber escuchado en esta iglesia, en otro viaje a París, un concierto de cámara con programa exclusivamente mozartiano. Crucé el puente y en el Quai des Grands Augustins pude ver de paso muy tentadoras tabernas pequeñas y relativamente bien pobladas, con vino decente en sus garrafas. Resistí las tentaciones y llegué a casa suficientemente temprano para encontrar a Mariné despierta y aún dispuesta a la parrafada.
Pensamos en aprovechar la última mañana que nos quedaba para recorrer el Cementerio Père Lachaise, verdadero osario de ilustres muy próximo a la casa en que se alojaban Daniel y Sara. Los fuimos a buscar temprano, pero Daniel no quiso hacer homenajes a nadie.
Desde Abelardo y Eloisa hasta Jim Morrison, pasando por Molière y Balzac, los despojos de luminarias se suceden con profusión difícil de agotar en una sola visita. La más improbable y, por tanto, la más poética de las tumbas es precisamente la que se atribuye al monje filósofo medieval Abelardo y a su discípula y enamorada Eloísa, inspiradores ambos de tanta literatura romántica. El folleto que facilitan a la entrada aclara que los restos de Rossini y de Bellini – lástima para los visitantes melómanos – fueron trasladados a Italia, aunque se conservan sus respectivas construcciones funerarias; para colmo, las cenizas de Maria Callas fueron esparcidas sobre el Egeo, conservándose en el columbario tan sólo la urna que les sirvió de primer receptáculo. Molère y Lafontaine descansan paredaños y los cinéfilos dejaron su inscripción impresa en la fosa conjunta de Ives Montand y su compañera Simone Signoret. La tumba de Sarah Bernardt es difícil de encontrar y la de Oscar Wilde se ubica en la parte más empinada del camposanto. Tiene un panteón ostentoso el arquitecto Hausmann, remodelador de París, y la avenida noreste, que constituye uno de los ángulos del recinto, está dedicada a los mártires de los campos de concentración, a los héroes de la resistencia, a los fugitivos de la barbarie incivil española, caídos también por Francia, y a militantes destacados del Partido Comunista francés, entre ellos el poeta Paul Eluard.
Cumplidos los deberes con los muertos, recogimos al vivo Daniel y tras espera no precisamente breve un taxista portugués nos condujo al aeropuerto de Orly, dónde Mariné se aprovisionó de quesos y de patés y tuvimos tiempo de aburrirnos a satisfacción. Algo parecido ocurrió en Barcelona. A pesar de todo, a las siete ya estábamos regresados y nuestro hogar vigués nos esperaba acogedor como un claustro materno. El viaje, bastante feliz después de todo, había concluido.
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