Afortunadamente, sigue habiendo cineastas intrépidos a los que no les tiembla el pulso al encararse con un ejemplar canónico de la literatura universal. Entre ellos, está Joe Wright que, con un par, le echa el diente y la cámara nada menos que a Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, madre generosa del relato amoroso de todos los colores, del rosa al amarillo, del verde al rojo vivo, del lila al azul cobalto. Y debe decirse que entra en el empeño con buen pie y sale de él más que airoso. Tiene Wright la buena ocurrencia de ambientar la acción en el mismo año (1796) en que una Austen de veintiuno escribe el primer cuaderno de la novela que sólo en 1813 pasa a las imprentas y al público. A pesar de que todos los detalles posibles, desde el vestuario hasta la decoración de interiores, desde la longitud de las velas de sebo al grosor de las cuentas de los collares, están tratados con el primor de un perfeccionista y el rigor de un historicista, todavía hay lerdos que hablan de de "recreación de la época victoriana". Algo así leí en la red, publicado por un periódico argentino al que se debe hacer la caridad de aclararle que la reina Victoria I nace cuatro años más tarde de que Jane Austen hubiese muerto y empieza a reinar aún veinte años después de nacida. Tiene esto su miga, porque el talante prerromántico de la heroína de la novela, difícilmente iba a tener el mismo impacto en los austeros pero no poco convulsos tiempos postguillerminos que en los dubitativos pero aún firmes de Jorge III, en los que un dandy llamado Brummell tuvo la osadía de inventar el pantalón de chimenea.
Como no podía ser menos tratándose de una coproducción con participación británica mayoritaria, la arquitectura y el paisaje, la flora y la fauna, la arboleda y la campiña, el verdor y la bruma están tratados con delectación y lujuria, con el añadido meritorio de constituirse en elementos del relato tan decisivos como la exaltada prudencia y recatada belleza de Liza Bennet o la altiva timidez y soterrada fogosidad generosa del señor Darcy.
Poco más que añadir, salvo las loas ineludibles a la espléndida interpretación de todo el elenco, con las obligadas menciones especiales al trabajo de la deliciosa Keira Knightley como Elisabeth Bennet, del sobrio Matthew Mefadyen como Mr. Darcy, del sabio y veterano Donald Sutherland como Mr. Bennet y de la soberbia Claudie Blakley como Charlotte Lucas. Por cierto, se me ocurre que Matthew Mefadyen podrá ser un espléndido Chateaubriand en una imaginaria versión televisiva de qinientos capítulos y más de dos años de emisión de las Memorias de ultratumba del vizconde
Como no podía ser menos tratándose de una coproducción con participación británica mayoritaria, la arquitectura y el paisaje, la flora y la fauna, la arboleda y la campiña, el verdor y la bruma están tratados con delectación y lujuria, con el añadido meritorio de constituirse en elementos del relato tan decisivos como la exaltada prudencia y recatada belleza de Liza Bennet o la altiva timidez y soterrada fogosidad generosa del señor Darcy.
Poco más que añadir, salvo las loas ineludibles a la espléndida interpretación de todo el elenco, con las obligadas menciones especiales al trabajo de la deliciosa Keira Knightley como Elisabeth Bennet, del sobrio Matthew Mefadyen como Mr. Darcy, del sabio y veterano Donald Sutherland como Mr. Bennet y de la soberbia Claudie Blakley como Charlotte Lucas. Por cierto, se me ocurre que Matthew Mefadyen podrá ser un espléndido Chateaubriand en una imaginaria versión televisiva de qinientos capítulos y más de dos años de emisión de las Memorias de ultratumba del vizconde
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