Vivir en una ciudad de provincias tiene sus ventajas. En la que yo vivo, hay un restaurante que han puesto de moda la progresía señorita local y cierto diario de difusión panespañola. Como no podía ser de otra manera, está ubicado en lo que con una suave dosis de ironía benévola se podría llamar la milla de oro del lugar, en un lateral de la planta baja de un museo de más que dudosa utilidad. Los fines de semana ofrece cenas con espectáculo, de menú cerrado y a precio bastante razonable. El viernes pasado tocaba cabaret literario. Acudí sin saber qué me esperaba, arrastrado por unos amigos, casi tan ignorantes como yo de lo que se cocía, dispuesto a tragar lo que me echasen. A decir verdad, la cosa salió bastante bien. Autor y actores salieron del trance mucho más que dignamente. Tres mozos animosos y dos mozas pizpiretas cantaron, bailaron, recitaron, declamaron y dialogaron músicas y textos ingeniosos, algo provocativos, decentemente desvergonzados, hilarantes a veces, con deriva intelectual y algo lastradillos de ideología. Curiosamente, el barco no escoró a babor ni a estribor, más bien zapicó de popa sin bandazos y llegó a puerto con el casco y la tripulación muy enteros.
La sorpresa fue encontrarme allí con un viejo amigo, noble arruinado (que Gil de Biedma me perdone), catalán de procedencia, que resultó ser el factotum del cotarro (autor, director ...). Debería haberlo adivinado, porque todo aquéllo tenía el perfume inconfundiblemente ácrata del amable gruñón, ateo sosegado, anticlerical jocundo, debelador risueño de tópicos biempensantes y antinacionalista de bien que es este inteligentísimo buen hombre, conocedor superabundante de todas las músicas que en el mundo son y han sido. Estaba acompañado de la viuda del pergeñador de los programas de mano, otro viejo amigo, infaustamente desaparecido, cuya capacidad para el disparate con talento nunca dejó de sorprenderme. Como muestra, baste el seudónimo que utilizó para firmar la ristra de parodias de comentarista fané con que nos divierte en el díptico: Salustiano Bosboril, crítico de París.
Albricias y enhorabuena.
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