Wednesday, September 14, 2005

Una sotana abierta y un bonete estilizado


El travestismo femenino, quiero decir el que practican las mujeres vistiendo ropas masculinas, goza de un merecido e indiscutible prestigio erótico. No en vano la iglesia católica, tan perspicaz para todo cuanto huele a sexo, excomulgó esta práctica y los archivos del Santo Oficio albergan sumarios en los que las encausadas eran damas, acusadas de brujería o de turpitudo, que por una u otra razón sustituyeron faldas por calzas. La literatura está plagada de tramas, aventuras y lances, en general amorosos, protagonizados por doncellas que en doncel se mudaban, con los consiguientes, divertidos o dramáticos enredos que desembocaban en un final invariablemente feliz. En el ámbito del cine, la relación de películas que utilizaron tales recursos es prácticamente interminable.
Viene todo esto a cuento porque hoy salió, por fin, al mercado español un disco de Cecilia Bartoli, comercialmente llamado Opera Proibita, y no quise resistir la tentación de comprarlo. Escogieron para este nuevo lanzamiento de la mezzosoprano romana un repertorio de fragmentos de óperas supuestamente prohibidas por la censura curial de los siglos XVII y XVIII. Es, por otra parte, un homenaje explícito a la sacra y golfa ciudad de Roma, con un truco mercantil verdaderamente ingenioso. Las imágenes de la portada y de la contraportada, con el agua de la Fontana di Trevi de fondo, se inspiran descaradamente en La dolce vita de Fellini (a quien también se homenajea) y aunque, para su bien, la Bartoli en nada se parece a Anita Ekberg, cumple con el cometido gráfico a las mil maravillas. En el interior del libreto, hay más imágenes. En una de ellas, el fotomontaje simula que la diva posa en lo alto y de espaldas al frontón de la Basílica de San Pedro, con la columnata de Bernini y la Via della Conziliazione en perspectiva de fondo. Y ahora viene lo bueno: luce un indubitable traje talar, con collarines colgantes blancos incluidos, y bonete (estilizado y de diseño, pero bonete). La sotana no tiene botones. Ello permite que se nos presente abierta y deje algo más que entrever un generoso escote, generosamente dotado. Nunca sospeché que una imagen clerical me iba a poner en situación. Pero, felizmente, así sucedió. Conservaré cuidadosamente el estimulante documento. De momento, lo estoy celebrando con la escucha deleitosa de estas pequeñas joyas de Händel, Scarlatti padre y Caldara, maravillosamente cantadas y gozadas por (Santa) Cecilia.

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