Tuesday, September 13, 2005

Autoestima y musicalidades


Esta mañana vino a visitarme a mi covacha burocrática una vieja compañera, ausente por algún tiempo y recién incorporada. Se había ausentado para desempeñar sus oficios en una empresa privada que desarrolla una actividad en todo similar a la que ella se dedicaba en el ámbito de la función pública. Regresa bien pertrechada, pues su contrato con los cazadores de talentos estaba muy bien blindado. Ufana, dicharachera e informada, me abrumó un poco con su arrolladora energía y, como siempre, no se privó del autobombo más expresivo y sincero. Me contó, entre otras muchas cosas, en que términos se dirigió a los altísimos cargos de la Administración en estos días pasados: no debéis permitiros el lujo de desaprovechar una persona como yo, les espetó. Estoy seguro de que lo dijo con el más absoluto convencimiento, con un aplomo indestructible y sin asomo de autoironía correctora. También tengo la certeza de que los grandes jerarcas la escucharon con total asentimiento. A esa reciprocidad perfectamente empática me quiero referir.
Confesaré, sin el menor atisbo de envidia, que esta colosal autoestima, transitiva y especularmente refleja, me da algo de miedo y un poco de incomodidad. Cuando alguien fanfarronea, presume con méritos o sin ellos, se adorna o se pavonea con plumas propias o ajenas, está actuando de manera totalmente inofensiva, ingenua incluso, deliciosamente inane. Habla por no callar. Nadie, ni siquiera él mismo, se toma en serio sus baladronadas. Tampoco el pedante, con moderación, irrita, y hasta puede resultar tierno y simpático. Ahora bien, cuando las manifestaciones de "amor propio" adquieren la solemnidad de lo verdadero y, como tal, incontestablemente aceptado, empiezan a ser poco tolerables.
A otra cosa.
Cuando el presidente de la asociación de amigos de la ópera de mi ciudad me dijo que estaba preparando un estudio sobre la plausibilidad y la conveniencia de agrupar tres óperas de Verdi (La forza..., Un ballo... y Don Carlo) en una nueva trilogía, añadida a la ya universalmente aceptada que constituyen Rigoletto, La Traviata y Trovatore, me pareció -y así se lo expresé- una idea llena de sentido. De manera casi intuitiva, le dí carta de naturaleza. En efecto, pensé, aparte de la proximidad cronológica y los temas recurrentes de conspiración, amistad y amor imposible, las tres óperas participan de ideas musicales muy similares y resolución de situaciones dramáticas prácticamente idénticas. Viendo esta tarde Un ballo... (en DVD), corroboré la impresión. Pero también volví a recordar, por asociación de ideas, la vehemente admiración que Verdi sentía por el Don Giovanni mozartiano, cuya partitura, se cuenta, leía todos los días. Un ejemplo, entre cien: el cuarteto Bella figlia dell'amore, de Rigoletto. En cuanto a Mozart, ¿Leía Verdi sólo la partitura de Don Giovanni?. Lo dudo. ¿Cuántas huellas de Cherubino hay en el también paje Oscar del Ballo?.

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