Cuando Loyola aconsejaba evitar mudanzas en tiempos de aflicción, estaba ejercitando una astucia muy propia de su particular talante, que sus discípulos aventajados supieron aplicar con sobresaliente aprovechamiento: resulta mejor evitar a toda costa catástrofes mayores ante el desastre ya acaecido que intentar ponerle remedios activos, corrigiendo esforzada y creativamente los errores que lo provocaron. No en vano la Compañía de Jesús fue la campeona ideológica de la Contrarreforma.
Con este preámbulo todo parece indicar que quiero hablar de política y malgobierno. Tranquilicémonos todos, que no van por ahí los tiros. Vamos a dejar que el Presidente Bush, el pueblo norteamericano, la comunidad internacional y la empresa Haliburton resuelvan la desoladora tragedia de Nueva Orleans como su dios les de a entender. No me parece probable que Bush lea libros y, si los lee tal vez se trate de manuales de autoayuda escritos por sus compatriotas y no de los ejercicios espirituales de San Ignacio.
De autoayuda va la cosa, según anuncia el titulo.
¿Qué actitud nos es dado tomar ante el infortunio?. Obsérvese que pregunto "nos es dado" y no "debemos". A lo último han respondido cumplida, abundante, sabia y, en demasiadas ocasiones, deshonestamente los santones, el taoismo, los filósofos griegos, casi todos los estoicos, las religiones (como no podía ser menos), los psiquiatras, los farsantes y tutti quanti.
Todos ellos han formulado propuestas distintas que, en su conjunto y por interacción, dieron lugar a un precipitado que no sólo es políticamente correctísimo, sino que goza de un imbatible prestigio intelectual, histórico-filosófico, dogmático y hasta terapeútico. Como ya todos han adivinado, es una fusión ecléctica de la lógica del combate y la ciencia de la impavidez.
A las desgracias se les hace frente, se "agarra el toro por los cuernos"; pero, al mismo tiempo, se les recibe con frialdad, se les trata como a visitantes importunos, con calma, incluso con indiferencia. Aunque nos provoquen infelicidad, nos debemos desentender de ellas con la misma laxitud que nos despreocupamos de la fortuna que nos hace dichosos porque ni en ella reparamos.
¿Es esto humanamente posible? ¿Es, acaso, heroicamente posible?. Me temo que no. En los recovecos de nuestro genoma no existen las combinaciones de aminoacidos necesarias para protegernos con tal invulnerabilidad.
Siguiendo el ejemplo de Manuel Vicent, me voy a tumbar bajo una palmera y, al trasluz de sus ramas, disfrutaré de una rebanada de pan tostado revestido de purísimo aceite de Creta y un racimo de uvas. Pero al volver a la calle me volveré a encontrar con la sibila y no con los dulces amigos.
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