Sunday, October 16, 2005

Belén Gopegui, Cuba, etc.



Acabo de terminar la lectura de La conquista del aire, de Belén Gopegui. Se trata, indudablemente, de una novela de tesis. Si me permito etiquetación tan sumaria es porque la propia narradora me autoriza a ello en el nada gratuito prefacio, que constituye una necesaria declaración de principios. Necesaria, al menos, para su autora, que no se corta ni un pelo ni le duelen prendas al hacerla; pero necesaria también para cualquier resabiado lector proclive a tomar el rábano por las hojas. Hay que echarle, desde luego, mucho valor, pero sobre todo mucho talento a la vida para atreverse en los tiempos que corren a lanzar al viento una tal proclama y salir no sólo indemne sino mucho más que airosa de la osadía. Asombra el dispendio de inteligencia, de sensibilidad y de buen estilo con que la Gopegui nos regala. Nunca cuatro miserables millones de pesetas –que constituyen la vera res de la novela- dieron tanto de sí. Nunca una tierna pandilla de exquisitos progresistas soñó con mejor gloria. Nunca personajes tan pulidos y relimpios de cuerpo y alma dieron pábulo a denuncia más amarga de la inanidad. Nunca un yuppie vislumbró hablar mejor que un poeta epigramático ni un profesor de historia soñó enviar mensajes al correo electrónico con pujos del mejor Chesterton. Y aquí precisamente está uno de los pocos peros que se la pueden objetar a la autora: su libro está demasiado bien escrito. Hay una falla entre lenguaje y trasunto que va en perjuicio de un expresionismo más contundente y narrativamente eficaz. Hay poco humor evidente o, por lo menos, inmediatamente perceptible en su diatriba. Pero la discutible y, en cualquier caso, mínima tacha queda sobradamente compensada con perlas literarias de la mejor estirpe como la que no me resisto a transcribir a continuación: “El mundo gira, los hombres y las mujeres duermen, la democracia comercial y comunicativa es un estanque de luz. Lisura. Seda. Tersa superficie inalterada. Sólo en el abismo la luz no es uniforme y se vacila, pero el abismo está fuera. El mundo ya no será cuartel de invierno, la política está fuera, la sociedad decrece y es una capa áurea, finísima, en donde el tiempo ya no es depositado. Duermen.” Si la lúcida seriedad de Belén Gopegui aburre a los que en cualquier momento exigen risas, peor para éstos. Los demás podremos seguir admirando el prodigio.
La técnica utilizada es el contrapunto sin más disimulos. Un contrapunto formalmente idéntico al de Huxley, Dos Passos o Cela. Pero se tiene la impresión de que, con ello, persigue Gopegui más una especie de autocontención forzada por el patrón estilístico que una eficacia narrativa explícita. El resultado es, de todos modos, brillante. Más llamativa es, a nuestro entender, una suerte de trampa que Belén tiende al desocupado (y desprevenido) lector que consiste en hacerle sospechar una cierta complicidad entre la autora y sus personajes, que sólo al final se ve paladinamente desmentida. Decir más al respecto sería pinchar un globo y hurtarles a futuros lectores un disfrute singular.
Escribí esta reseña hace unos cuatro años. Salvo incorregibles torpezas de estilo, no cambiaría hoy ni una sola palabra de lo que entonces dije. Mejor dicho, suprimiría todo lo que se refiere a "peros", "demasiado bien escrito" y concordantes. El libro está magníficamente bien escrito y se acabó. No mucho tiempo despues vino la lectura de Lo real, que revalidó mi admiración por la escritora madrileña, nada gratuitamente amadrinada por la fallecida Carmen Martín Gaite. Debo confesar incluso un cierto enamoramiento adolescente y, por supuesto, platónico, cuyo ridículo sólo mi edad presenil atenúa. El año pasado, y por recomendación de mi hija, que aún no ha llegado a los treinta, leí El lado frío de la almohada. Tal vez porque soy constante en mis amores y porque creo no equivocarme al decir que tengo poco de fariseo, la novela ni me defraudó ni, muchísimo menos, me escandalizó. Debo aclarar que mis simpatías por el régimen de Castro son muy escasas. Pero ello no me impide observar cómo la "hemiplejía" que Vargas Llosa denuncia en los intelectuales iberoamericanos y europeos real o supuestamente procastristas es imperfectamente simétrica con sus propias e inversas miopía y hemiplejía y con las muchísimo más graves, interesadas y activamente peligrosas hipermetropía y hemiplejía de los políticos norteamericanos que jamás sufrieron empacho alguno en apoyar e incluso en promover y propiciar regímenes fascistoides y golpes militares ultraderechistas y sanguinarios, cuando así convino al establecimiento y, sin embargo, vienen sometiendo a la isla a un bloqueo (o, si lo prefieren, embargo) cuya víctima real y evidente es el pueblo cubano, y no tanto el régimen de Castro al que la desvergonzada política sirve también de motor para su retroalimentación ideológica. Ese pueblo cubano tan cultivado, tan vital, creativo y optimista, que se merece muy distinta suerte que la que le hacen sufrir la ilimitada rapacería de unos y el doctrinarismo tiránico de otros. Cualquier observador atento y honesto sabe, no obstante, discernir el muy distinto y desequilibrado potencial catastrófico que cada una de esas actitudes posee y significa. Por todo lo sumariamente dicho, tengo una razón más para seguir admirando a Belén Gopegui: a la Belén Gopegui escritora, faltaría más, y a la Belén Gopegui ciudadana comprometida con su tiempo que, equivocada o no, defiende una posición arriesgada y sostenida con honestidad envidiable. Por edad y por adscripción ideológica, estoy más próximo a sus padres, a quienes cita en un artículo que sólo en la red pude encontrar. Pero, en cualquier caso, estoy de su lado en cualquier ataque que sufra, sobre todo si es tan ruin como el firmado hace meses por una cierta columnista tuercelíneas, ya bastante denostada en este blog, cuya monjil inquina sólo puede explicar la funesta envidia del mediocre.

No comments: