Es la fealdad y no la majestad de la imagen la que hace justicia a Ulrika. Porque Ulrika es constitutivamente fea de cuerpo y de alma , de rostro y de talle, por detrás y por delante, por arriba y por abajo. Tiene pujos de plutócrata e ínfulas de gran señora. Amante del protocolo helvético, orna sus convites de melindres y frufrús, de gollerias y delicadezas muy ricas en colesterol. Esta riqueza de lo superfluo se extiende por todos los ámbitos ulrikenses. Porque Ulrika es rica y presume de rica, es tonta y presume de tonta, es mala como un dolor y presume de bondad franciscana. A Ulrika se le llena la boca de pâté de fois y de proyectos empresariales ambiciosos y muy modernos. El primero enriquece su obesidad, los segundos empobrecen a sus clientes y proveedores. Hipócrita, falsa y dañina, se regodea en la insidia marrullera y el pellizco de monja envenenado. Miente más que caga, aunque caga toneladas cúbicas de mierda amarillenta y viscosa: comenzó siendo sólo pedorra pero fue mejorando su arte hasta el virtuosismo. Miente por mentir y por chinchar, pero, con más inteligencia, podría llegar a ser una profesional de la trapacería y del embuste productivo. Apunta maneras para el rijo y la ninfomanía, pero su fealdad y su condición de divorciada cornuda la mantienen en estado perpetuo de castidad obligada. Alcanza sus mejores logros en el pasmo de papanatas y advenedizos.
Wednesday, August 02, 2006
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