Sunday, June 11, 2006

La Cena, de Brisville

Como muy bien dice Andrés Sobrino, amigo excelente, conocedor abundoso de todas las literaturas, degustador y amante de las artes escénicas, cada vez que tenemos ocasión de disfrutar del teatro de texto, agradecemos la oportunidad que se nos da con justificado entusiasmo. Y esto es lo que ocurrió el otro día con la representación de La Cena, de Jean Jacques Brisville, con Josep María Flotats y Carmelo Gómez, que recorren ahora los teatros de provincias después de más de un año de éxito continuado en Madrid. Como es sabido, Brisville propone una plausible reconstrucción hipotética de lo que pudo haber sucedido en la noche del 6 al 7 de julio de 1815, día en que Talleyrand, sostenido por Fouché ("el vicio del brazo del crimen", en palabras de Chateaubriand) entra en la cámara regia del que se dispone a ser Luis XVIII, ya en Saint Denis y con Napoleón definitivamente caído. Ambos prodigios de corrupción, desvergüenza, indignidad, oportunismo y capacidad de supervivencia política son conscientos de que la única posibilidad que tienen de salvar el pellejo y la carrera depende de lo que el otro pueda maquinar: llegar, pues, a un acuerdo de circunstancias resulta vital para cada uno de ellos. Los dos tienen poderosísimas razones para odiarse y desconfiar del otro. Los dos sienten la necesidad de amedrentar y de destruir las posibles estrategias de su rival y necesario aliado. Uno y otro tienen la astucia de una rata de alcantarilla y la ilimitada capacidad letal de una serpiente venenosa. En el forzado acuerdo no puede, pues, haber vencedor ni vencido: ambos perecerían con la derrota de su enemigo. El sanguinario palurdo no despecia menos al aristócrata putrefacto que éste a aquél, pero se necesitan mutuamente.
Los diálogos son mucho más que ingeniosos: son de una finísima sutileza y una infrecuente inteligencia. La deuda del autor con Chateaubriand, cuyas Memorias de ultratumba se citan en off en la escena final, es evidente y explícita, pero no supone ningún lastre para la creación dramática y el vivaz desarrollo de la situación.
Dos monstruos de las tablas, el histriónico Flotats y el sobrio Carmelo Gómez ponen vida y derrochan talento en la encarnación de dos personajes que parecen hechos a medida para sus respectivas habilidades.

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