Lo que ayer, en primicia, hemos visto y escuchado, dentro de la programcación del festival Mozart, es un más que obvio refrito mozartiano-rossiniano, un saludablemente descarado pastiche vienés-belcantista. Por esas mismas razones, está de más cualquier comparación que se estuviera tentado a hacer con los maestros de Salzburgo y Pesaro. El mismo texto de Lorenzo da Ponte al que Mozart puso música, con algunos añadidos y unas pocas más supresiones, con un orden secuencial algo cambiado (que en nada afecta al conjunto de la trama) y prescindiendo por completo del final "moralizante", sirve a Ramón Carnicer para su incursión en terrenos no por trillados menos inquisitivos. Decíamos que estaban de más las comparaciones y no las haremos. Desde la obertura, están muy claras las resonancias y las referencias e incluso alguna cita textual musicalmente explícita: ¿qué importa, pues, que poco más tarde el aria del catálogo sea más melancólica y mucho menos punzante que la de Mozart o que, ausentes los personajes de Zerlina y Massetto, asuman alguna de sus peripecias Dona Anna y Don Ottavio (un zampabollos avant la lettre, más tonto aún que el que perfila Mozart ), o incluso que el papel de Donna Elvira esté notablemente desdibujado? Carnicer pretendía mucho más ensayar y homenajear que emular o competir. Baste pues constatar que su intento y su propósito tienen logros y aciertos muy sobresalientes, entre los que es obligado destacar las secuencias finales de cada uno de los dos actos que alcanzan muy elevadas cotas de nobleza, hermosura musical y dramatismo de buena ley.
Sí conviene llamar un poco la atención sobre las peculiaridades del personaje principal en la ópera de Carnicer. El burlador disoluto, encarnado por un tenor y no por un barítono, olvida en algún momento su propia condición y llega a enamorarse de Donna Anna y a confesar miedo en la escena del cementerio. Sutilezas éstas bien captadas y expresadas por el joven intérprete ruso Dimitri Korchak, especialmente bien entonado y brillante. Muy correcto el barítono polaco Wojtek Gierlach como Commendatore, muy noble y templada la voz de la soprano italiana Annamaria dell'Oste, conjugando coloratura y dramatismo con competencia más que suficiente, discreto el Don Ottavio de Juan Luque Carmona, difícilmente calificable la Donna Elvira de Enrica Fabbri y muy prometedor José Julian Frontal como Leporello. Magistral, como siempre, la batuta de Zedda al frente de la ya muy consagrada Sinfónica de Galicia
En el entreacto tuve ocasión de intercambiar unos breves comentarios con el muy ilustre crítico Arturo Reverter. No le gustó nada al excelso mozartiano de la revista Scherzo la puesta en escena de Damiano Michieletti, con escenografía de Edoardo Sanchi y vestuario de Carla Teti. Pido permiso para discrepar humildemente de tan reputada opinión. Es sorprendente, pero muy eficaz y, paradójicamente nada fría, la idea de ambientar la trama en una modernísima cocina profesional, alicatada hasta el techo, y también en el techo, que permite figurar los distintos escenarios con engañoso minimalismo. Espléndida la versatilidad del vestuario que permite convertir un equipo de cocineros en un ejército infernal o un chef en un majestuoso Comendador pétreo. En cuanto a la presencia de procaces bailarinas de revista que, con máscara de cerditas, van pautando la escena del intento de seducción, me parece, al contrario que a Reverter, muy poco banal y de lo más propio: sugieren muy adecuadamente una orgía chillona, muy acorde con el resto del planteamiento escénico. Las mismas tres guarrillas ilustran muy convincentemente el banquete final, festín de lujuria y no de gula: queda muy evidente cual es la clase de faisano que Don Giovanni degusta con bocconi di gigante y cuales son las sobras que Leporello desea compartir.
No comments:
Post a Comment