Los energúmenos son bastante ubicuos. No se encuentran sólo en los partidos de fútbol de máxima rivalidad o en las tertulias de la COPE. Aparecen en lugares aparentemente insospechados por el refinamiento que gratuitamente se les presume. El otro día, en un concierto de la Orquesta Nacional de Ille de France que se celebraba en uno de los auditorios de la ciudad en la que vivo, mi vecina de asiento por la izquierda, una anciana malencarada y miope, blandió el programa de mano y asestó un papirotazo en el occipucio de otra fémina que ocupaba la butaca del mismo número de la fila siguiente a la que usurpaba la agresora. La víctima, una chica joven y modosa, se quedó literalmente sin respiración y ni siquiera osó volver el rostro hacia atrás. Debemos aclarar que nada hacía la muchacha que pudiera argumentarse como muy parcial descargo del vejestorio: no mascaba chicle, no abría y cerraba su bolso, no desenvolvía caramelos, no tosía, no aplaudía a destiempo, ni siquiera llevaba teléfono móvil. Sonaba el segundo movimiento del Concierto para violín y Orquesta op. 61, de Saint-Saëns. El andantino quasi allegretto debió de convertirse para la infeliz en subito molto dolente, pero mantuvo el tipo con ejemplar presencia de ánimo. En el intermedio, tal vez ya repuesta, con acento muy moderado se atrevió a recriminar al estafermo su fea conducta. La hidra le replicaba: "Movías la cabeza sin parar y me harté". Ni siquiera esto era verdad: la moza, de vez en cuando, apoyaba la cabeza por unos segundos en el hombro de su acompañante y la volvía a erguir. Eso era todo. Tímidamente, intervine en defensa de la ultrajada: no soporto a las gentes que en presencia de una injusticia manifiesta, por leve y poco importante que sea, se callan como muertos.
_ ¡Lo que me faltaba...!
_ O lo que le sobraba, señora.
Ahí se acabó el diálogo. Salí al vestíbulo. La ofendida y su novio también salieron. Nos miramos y no nos dijimos nada. Todo estaba entendido. La bruja quedó rumiando su furia en el asiento.
Esta anécdota banal y sin gracia es, sin embargo, bastante ejemplificadora de una actitud demasiado frecuente: la de quienes se sienten molestos con cualquier actitud del prójimo que, en su ilimitado ombliguismo y bajo su descentradísimo punto de vista, estorba la omnímoda e inatacable imperturbabilidad que se creen con derecho a disfrutar. Lo peor es que tienen traductores políticos muy conspicuos.
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