Saturday, April 08, 2006

La fiesta del chivo

No me defraudó en absoluto la versión cinematográfica de la novela de Vargas Llosa. Con las inevitables elipsis, Luis Llosa logra algo nada fácil: mantener al espectador atento sin esfuerzos durante las dos horas y cuarto de proyección. Cierto que hay omisiones: las prolongadas sesiones de tortura a que es sometido el militante vasco y colaborador de la CIA Galíndez, antes de ser asesinado a manos del propio Trujillo y los equilibrios sobre la cuerda floja que ejecuta Balaguer en las horas inmediatamente posteriores al justo y chapucero tiranicidio, entre las más notorias. Cierto también que no sobra la sutileza en el trazo de algunos perfiles protagonistas y que el incómodo parecido físico (clónico casi) de Isabella Rosellini con su difunta madre Ingrid Bergmann nos provoca la sensación de estar viendo fantasmas. Con todo, la película logra sobrada y dignamente acertar con el tono adecuado para narrar el desgarro vital de Urania Cabral y todo el horror y la infamia de un régimen sanguinario y corrupto. Un déspota necesita siempre de muchísimas complicidades, de demasiadas complicidades, de manera que, como lúcidamente se ha repetido, lo peor de las tiranías no son tanto sus crímenes horrendos como su monstruosa y casi universal capacidad para pervertir conciencias. Ese aspecto crucial queda expresado con suficiencia en el relato novelesco y en su traducción fílmica.
Parecidos molestos aparte, la interpretación de Isabela Rosellini roza lo magistral. Sobrio y convincente Juan Digo Boto como teniente Amadito, contenido y magnífico Paul Freeman como Agustín Cabral y un punto histriónico Tomas Milian, que encarna a Trujillo con una elegancia gestual inadecuada.

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