Jamás me habría imaginado escribiendo sobre operaciones bursátiles (grandes, pequeñas o mínimas) y sigo sin poder imaginarme incurso en tamaño despropósito. Mi osadía tiene límites escasos, pero los tiene y un elemental pudor me impide hablar de algo sobre lo que tengo los mismos conocimientos que sobre cálculo infinitesimal, es decir, absolutamente ninguno. No voy a hablar, pues, de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, sino de quien hasta ayer fue su polémico titular, Don Manuel Conthe. Este caballero de aspecto recio y contundente, con cierto aire de duro contradictorio de película con pujos de sutileza, es una tentación para cualquier profesional o simple aficionado del fotomatón literario. Los surcos y las anfractuosidades de su rostro de piel dura y áspera no parecen, lamentablemente, estigmas de trabajos forzados a pleno sol ni cicatrices de enconadas batallas, sino secuelas de pertinaces y muy severas eflorescencias de acné juvenil. Su mirada acuosa y sus ojeras de insomne delatan una melancolía muy controlada que en nada se contradice con el aplomo y la arrogancia de un triunfador absoluto. A un varón de tal formato se le nota mucho que jamás pudo albergar en su cráneo bien amueblado la más mínima duda acerca de su excepcional valía, y esta seguridad berroqueña hubo de verse siempre reforzada y especularmente confirmada en el gesto de sus interlocutores. En su comparecencia de ayer exhibió capacidad discursiva, voz bien timbrada, aromas de soberbia y garbo para el desplante y el envite de salón. Sobreabundó en citas, desde Gracián a Kavafis, desde el refranero francés a Lope de Vega, desde Castán Tobeñas a Indalecio Prieto. Estos arriesgados saltos referenciales apenas tiñeron de pedantería y sí salpicaron de cierta gracia su pugnaz exposición. Lástima que el punto más fuerte de sus argumentos haya sido la condena del positivismo jurídico, traducida en la exigencia de que el gestor público eficaz y resolutivo necesite no sólo aplicar la ley con firmeza y eficiencia sino interpretarla adecuadamente para obtener los legítimos fines que el propio gestor entiende justos y benéficos. Una experiencia funcionarial añeja y con mucha costra me hace muy refractario a tan autocomplaciente y autorreferido canto al sol. Tal vez justo ahí esté la clave de que una brillantísima soflama parlamentaria haya, paradójicamente, defraudado a tirios y a troyanos. Y es que, en política, los juegos de artificio sólo deben hacerse tras haber ganado las batallas con fuego real. Por lo demás, me satisfizo mucho que un individuo con todas las papeletas y pronunciamientos previos para resultar antipático y cargante, me haya parecido un orador atractivo y sugerente, con quien no me importaría pasar unas horas tomando copas e intercambiando consideraciones.
Tuesday, April 24, 2007
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