Esta señora que hoy vemos, queridos niños, como ilustración fondona y abotargada del sic transit gloria mundi, fue, como podeis observar, mujer de belleza singular y rotunda, con un tirón erótico capaz de mover la entera dotación logística de RENFE. Este juguete roto, que sobrevive de la avidez de las revistas de la entrepierna, encandiló los más tórridos sueños de la generación de mi padre y de la mía propia, en un tiempo en que la mugre verdinosa y grisácea del franquismo hedía con particular acritud. Este icono vivo de la mariconería ibérica y mundial cantaba con excitantísima voz de fregona constipada y cursi los cuplés más socorridos y hacía de ellos baladas lánguidas y libidinosas que nos ponían como una Harley Davidson. Este ser patético y vulgar se pasó por la piedra, según cuenta en sus memorias -y me cuesta creer que mienta- a lo más granado de las ciencias y de las artes, desde Gary Cooper hasta Severo Ochoa, desde Hemingway a su marido Anthony Mann. En ocasiones, se empeñaba en disfrazarse de gran dama, pero su encarnadura era más de putón verbenero que de chulapa castiza o de marquesona candonga, y aún con todo y eso levantaba los corazones y demás órganos vitales con mayor y mejor eficacia que el más vigoroso estimulante con sólo dejarse ver. Tenía el alma plebeya y el instinto proletario, antes de convertirse en pasto de logreros. Fue, en fín, mujer de rompe y rasga, de armas tomar y no de pelo en pecho sino donde se debe tener.
Contemplando la imagen que ilustra esta entrada, no pude resistir la tentación de hacerle este homenaje, aunque sí la de hacérmelo a mi mismo. Cosas de la edad.
Va por usted, doña Sara.
Contemplando la imagen que ilustra esta entrada, no pude resistir la tentación de hacerle este homenaje, aunque sí la de hacérmelo a mi mismo. Cosas de la edad.
Va por usted, doña Sara.
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