Monday, January 11, 2010

El Cónsul de Sodoma


Debo confesar que el principal estímulo para ver la película de Sigfrid Monleón fue la vitriólica andanada con que la fulminó Juan Marsé. Me pareció, al leerla, excesivamente feroz, despiadada y airada. Cuando salí del cine, mi primera impresión se disipó casi por entero y se transformó en una solidaridad matizada con el autor de Si te dicen que caí, que se amalgama con mi vieja admiración por su obra narrativa. El insigne poeta de Las personas del verbo y El pie de la letra no se merece este bodrio petulante, seudoesteticista, pretencioso, banal, retorcido, pedantesco,autocomplaciente, oficioso y marrullero con que Monleón intenta aturdir al espectador de buena fe. Algo anticipaba ya la rastrera respuesta que el cineasta (?) dio al novelista, pero la visión de la película confirma y agrava los peores barruntos que pudiéramos haber tenido. Gil de Biedma queda, por obra y desgracia de un mequetrefe, envilecido, y no precisamente por sus repetidas bajadas a los infiernos, sino por un entendimiento incomprensiblemente desencaminado de la persona y una trivialización intolerable del personaje. Lástima que un buen actor como Jordi Mollà haya sido mal aprovechado y peor dirigido para dar vida al poeta y que un talento incipiente y brillante como el de Bimba Bosé se haya echado a perder de manera tan lamentable. Del entorno familiar, amistoso y societario de Gil de Biedma, mejor será que no hablemos. Las personas próximas que ya han decidido no ver la película para quedarse con el recuerdo impoluto de su mejor Jaime, harán muy bien en reafirmarse en tan saludable propósito.

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