Sunday, November 29, 2009

Don Giovanni en el Campoamor de Oviedo


Con la grata compañía de los buenos amigos Miguel y Amparo, acudimos ayer con cierto temor a la última de las cuatro representaciones de Don Giovanni en la temporada actual del teatro ovetense. El prestigio de figuras como Bo Skovhus o Cinzia Forte, la presencia de Simón Orfila y de jóvenes valores como Ainhoa Garmendia, Antonio Lozano, Felipe Bou o Joan Martín-Royo y el añadido provocador de la mezzosoprano wagneriana Lioba Braun en el papel de Doña Elvira era un combinado a la vez excitante y preocupante. Deliberadamente, evité leer cualquier referencia a las tres representaciones anteriores para no aumentar mi nerviosismo de espectador supersticioso. Afortunadamente, pude comprobar luego que ninguna de mis secretras cuitas estaba justificada. Son contadas las representaciones, o incluso las grabaciones, del dissoluto punito que puedan haber merecido el calificativo de absoluta e indiscutiblemente redondas. Cada uno de sus ocho personajes entraña dificultades propias de tal magnitud que, cuando se combinan entre si, dan como resultado un número elevadísimo de trampas mortales para tamaña y tan aventurada empresa lírica. Y, por supuesto, la de ayer tampoco fué una representación "absoluta e indiscutiblemente redonda". Pero sí fué una función muy estimulante, notablemente satisfactoria y de verdad gratificadora, de las que crean, mantienen y alimentan la afición, lo que, en los tiempos que corren, es poco menos que un acontecimiento histórico. Algo decepcionó un Bo Skovhus en exceso brutal y asilvestrado, cuya imponente presencia escénica no hacía sino resaltar tales demasías. En el extremo opuesto sirvió a Don Ottavio el exquisito tenor Antonio Lozano, cuya tierna expresividad conmovió en más de una ocasión al muy educado y ejemplar público ovetense. Tal vez el adjetivo que mejor convenga a su trabajo vocal es "delicado". Delicado en el buen sentido y también en el menos bueno: sutil y sensible, sí, pero también delgado y frágil. En cualquier caso, emotivo y bello, transmisor de un entendimiento del personaje bastante poco frecuente. Su replicante Donna Anna estuvo a cargo de una Cinzia Forte plena, impecable, talentosa, hermosa, a quien nada sobró ni faltó, siempre que se sepa entender que la hija del comendador no necesita exhibir agresividad para resultar convincente. Si aceptamos de buen grado la ocurrencia del director musical, que nos ofrece a una mezzosoprano wagneriana curtida en Brangänes y Kundrys, Lioba Braun, para dar vida a Donna Elvira, tenemos que admitir también que grite un poquito más de lo estrictamente conveniente en Ah,fuggi il traditor... y esté bastante más templada en Mi tradi... . Leporello, el personaje más interesante de los ocho, en la opinión de quien esto escribe, quedó encarnado a la perfección por un pletórico Simón Orfila, que además de mostrar una línea vocal espléndida, nos regaló con todos los matices del sufrido criado del burlador. Se encargaron de la pareja rústica, la pícara Zerlina y el simplón Massetto, Ainhoa Garmendia y Joan Martin Royo, ambos jóvenes y entonados, bien timbrada y dotada de gracia ella y solvente aunque algo bisoño él. Por cierto, que en Batti, batti, o bel Massetto, no fue culpa de Ainhoa, sino del director escénico, que faltase un poco de pimienta, y lo mismo cabe decir de Vedrai, carino, en la que, de manera bastante absurda y gratuita, dejan a Massetto balanceante por colgarlo de un gancho, con lo que se despoja la escena de todo su caudal erótico y ni siquiera se logra comicidad, sino algo grotesco y sin sentido. El Comendador de Felipe Bou, muy digno y convincente a pesar de la juventud del bajo español.
En la elemental y sucinta puesta en escena hay de todo un poco: desde errores incomprensibles como el más arriba señalado hasta aciertos meritorios como hacer subir a los músicos al escenario en los momentos del baile en el palacio del libertino y de la preparación de la cena con el comendador. Ahora bien, con tan deliberada precariedad constructiva, en la que un jardín se hace representar con unas breves hileras de tallitos tiesos en flor, y para palacio de Don Giovanni y casa de Donna Elvira sirve la misma ventana opaca y practicable tan sólo porque se puede abrir, no sorprende en absoluto que la apertura de las fauces del infierno se figure con una rampas abiertas que dejan en medio un foso en el que el protagonista se cuela por decenso en tobogán plano. Falta solemnidad en la escena en que las tres máscaras acceden al baile y, a pesar de las brillantes ideas de vesturio, se advierten algunos excesos grotescos. Pero la maquinaria del drama funciona con bastante buena precisión dinámica.

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