Monday, January 19, 2009

Avicena y las virtudes del vino


No sé si con ánimo de perjudicar o de prestigiar, en años muy pretéritos se cantaba una redondilla referida a la ciudad de los califas que decía más o menos así: Córdoba, ciudad bravía / que entre antiguas y modernas / cuenta trescientas tabernas / y una sola librería . En mi ciudad natal existen ahora bastante más de trescientas tabernas y, como en la Córdoba de la copla, las hay antiguas y modernas, cuidadas y desastradas, alegres y tristes, bonitas y feas, amables y desabridas. En cuanto a clientelas específicas, las hay señoritas y populares, carroceras y juveniles, derechosas o progres, aunque lo más frecuente es que sean saludablemente interclasistas, intergeneracionales y abiertas. Una de las más modernas -no llega a los tres años de edad- y que, entre los atributos señalados tiene los de cuidada, alegre, bonita y amable, ofrece al cliente caldos de reconocida reputación y se ha esmerado en dotarse de una decoración cálida y acogedora, aunque algo pasada de rosca en detalles "superferolíticos". Es el más llamativo, para mí, la presencia de tres lápida alineadas en la parte frontal de la barra que, a modo de triptico, llevan grabada esta sentencia, atribuida a Avicena: El vino es el amigo del sabio y el enemigo del borracho / Es amargo y útil como el consejo del filósofo / Está permitido a la gente y prohibido a los imbéciles / Empuja al estúpido hacia las tinieblas y guía al sabio hacia Dios. Me inquieta la última parte del prontuario: no recuerdo haber sido empujado hacia las tinieblas ni siquiera muy ahito de morapio, pero tampoco soy capaz de guardar desde que tengo uso de razón ningún impulso dirigido a la divinidad y provocado ni tan siquiera por los más excelsos mostos nacionales o foráneos. Ni estúpido, ni muchísimo menos sabio, estoy condenado para siempre a la más negra mediocridad.

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