Sunday, November 11, 2007

Apoteosis de la reina virgen

Antes que nada, debe decirse que la última entrega del pakistaní Shekar Kapur sobre su adorada ElizabethTudor posee una gran belleza de imágenes, entretiene y se deja ver con facilidad que se agradece. Como todo el mundo, tengo mitos personales que me son muy caros y respeto el derecho de los demás a cultivar los suyos en público y en privado. Ahora bien: quien siendo artista se dedica a exaltarlos corre un riesgo cierto de provocar en su público hartazgo, incomodidad o fastidio. Sin menoscabo alguno de la figura histórica de la muy gloriosa hija de Henry VIII, el uxoricida en serie, se puede y se debe retratar a la estadista y mostrar su época con algo más de decoro y de pudor. Líbrenme los dioses lares e incluso los penates de reclamar objetividad al creador, que es muy libre de utilizar los datos históricos como mejor convenga a su propósito estético y de pasarse por las horcas caudinas el rigor y la mesura. Ahora bien: los fervorines patrióticos pueden, en este sentido, hacer tanto daño o más que las pretensiones cientifistas y objetivistas. Retratar a la inclemente Elizabeth como campeona de lo que cien años más tarde un tal Spinoza dio en llamar libertad de conciencia, rebajar ocasionalmente su talla a la de una despechada por amor, presentar al corsario Raleigh como un aventurero romántico, al urdidor Walsingham con su rostro familiar más tierno, a Felipe II de Habsburgo como un tarado epileptoide, prematuramente aficionado al vudú, y a María Estuardo en clave de culebrón escocés es algo mucho más grave que un error de perspectiva histórica: se trata de un patinazo estético que rompe cualquier osamenta de drama y mancha de cursilería el guión mejor trabajado (que no es el caso del que firman William Nicholson y Michael Hirst). El conflicto entre Inglaterra y España en las postrimerías del siglo XVI no es exactamente el de la tolerancia religiosa frente al oscurantismo inquisitorial y fundamentalista, sino el que libran dos potencias por una hegemonía política imperial (no sólo europea) y un dominio marítimo (comercial y militar). Pero podría incluso admitirse que Kapur prescindiese de esta consideración con tal de que no desbarrase por los pantanosos terrenos del patriotismo sentimental y la veneración de los héroes (perdón, heroínas). Por cierto (y como excurso): ese tipo de patriotismo entusiasta, mitómano y de "por mi país, con razón o sin ella" es el que a Mariano Rajoy y gran parte del PP les gustaría que compartiésemos todos los españoles (también los descolonizados como Shakhar Kapur, que suelen ser los más conspicuos). Los actores, estupendos todos, incluido el pobre Jordi Mollà, a quien se le hace cargar con el fardo de un Felipe II no sólo absolutamente inverosímil, sino irremediablemente banal. Acostumbrada ya a interpretar a la joven reina Tudor, Cate Blanchat hace encaje de bollillos con la Elizabeth madura y triunfante. Geoffrey Rush hace un Walsingham muy sobrio, Cliven Owen se luce como Raleigh guaperas y descolocado y Samantha Marton encarna una María Estuarda sin chicha, pero eso no es culpa suya sino de quien diseñó el personaje.

2 comments:

Elefante Blanco said...

No me extraña que ocurran estas cosas (o estas truculencias cinematográficas) cuando ayer escuché, en un documental sobre felinos supuestamente serio, referirse a una leona como "madre soltera".

Saludos.

Anonymous said...

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