Friday, November 30, 2007

Claudicación



El diario EL PAÍS publicaba ayer en su primera página el siguiente titular: "El PSOE descarta de su programa electoral las propuestas más molestas para la Iglesia". Y añadía: "Los socialistas excluyen planes sobre aborto, eutanasia o acuerdos con el Vaticano". Fastidia comprobar que ZP y sus consejeros áulicos sigan poniendo tanto empeño en disuadir a sus votantes más esforzados, incluídos los que, convencidos de la utilidad de apoyarles, jamás nos sumaremos a la legión de abstencionistas displicentes y exquisitos, olvidadizos de que una excelente forma de facilitar la llegada de los bárbaros es desentenderse de las urnas.

Una mezcla de desazón irritada y desconcierto lastimero es lo que me provoca a escribir este desahogo. Es muy fastidioso observar una vez más cómo el afán de no asustar (¿a quién o a quiénes?) y la incontrastada hipótesis de que una timorata "prudencia" atrae, o al menos no espanta, el favor de los tibios y los dubitativos, prima sobre la razón, el sentido común y la dignidad de electores y elegibles. ¿Qué más necesitan hacer la Conferencia episcopal española y la Iglesia católica en su universal conjunto para convencer a nuestros resignados y claudicantes socialistas de que jamás contaran con su sacrosanto beneplácito y sí con su animadversión perpetua?

Aunque formalmenta parezca contradecir mis reiteradas profesiones de ateismo, ganas me entran de ciscarme en todos los dioses y en todas las patrias, conceptos ambos que, no por su condición de entelequias, dejan de ser los gérmenes y agentes más activos de cuantos desastres asuelan a la humanidad, y también las barreras más infranqueables para cualquier idea de progreso y mejora del mundo que habitamos.

P.S. La postura genuflexa y osculatoria del ex-alcalde de La Coruña ante Ratzinger, por estar practicada sobre una escalinata, obliga a un respingo traseril muy propiciatorio y oferente, que ilustra a la perfección la vergonzosa actitud del socialismo español ante la curia.

Sunday, November 11, 2007

Apoteosis de la reina virgen

Antes que nada, debe decirse que la última entrega del pakistaní Shekar Kapur sobre su adorada ElizabethTudor posee una gran belleza de imágenes, entretiene y se deja ver con facilidad que se agradece. Como todo el mundo, tengo mitos personales que me son muy caros y respeto el derecho de los demás a cultivar los suyos en público y en privado. Ahora bien: quien siendo artista se dedica a exaltarlos corre un riesgo cierto de provocar en su público hartazgo, incomodidad o fastidio. Sin menoscabo alguno de la figura histórica de la muy gloriosa hija de Henry VIII, el uxoricida en serie, se puede y se debe retratar a la estadista y mostrar su época con algo más de decoro y de pudor. Líbrenme los dioses lares e incluso los penates de reclamar objetividad al creador, que es muy libre de utilizar los datos históricos como mejor convenga a su propósito estético y de pasarse por las horcas caudinas el rigor y la mesura. Ahora bien: los fervorines patrióticos pueden, en este sentido, hacer tanto daño o más que las pretensiones cientifistas y objetivistas. Retratar a la inclemente Elizabeth como campeona de lo que cien años más tarde un tal Spinoza dio en llamar libertad de conciencia, rebajar ocasionalmente su talla a la de una despechada por amor, presentar al corsario Raleigh como un aventurero romántico, al urdidor Walsingham con su rostro familiar más tierno, a Felipe II de Habsburgo como un tarado epileptoide, prematuramente aficionado al vudú, y a María Estuardo en clave de culebrón escocés es algo mucho más grave que un error de perspectiva histórica: se trata de un patinazo estético que rompe cualquier osamenta de drama y mancha de cursilería el guión mejor trabajado (que no es el caso del que firman William Nicholson y Michael Hirst). El conflicto entre Inglaterra y España en las postrimerías del siglo XVI no es exactamente el de la tolerancia religiosa frente al oscurantismo inquisitorial y fundamentalista, sino el que libran dos potencias por una hegemonía política imperial (no sólo europea) y un dominio marítimo (comercial y militar). Pero podría incluso admitirse que Kapur prescindiese de esta consideración con tal de que no desbarrase por los pantanosos terrenos del patriotismo sentimental y la veneración de los héroes (perdón, heroínas). Por cierto (y como excurso): ese tipo de patriotismo entusiasta, mitómano y de "por mi país, con razón o sin ella" es el que a Mariano Rajoy y gran parte del PP les gustaría que compartiésemos todos los españoles (también los descolonizados como Shakhar Kapur, que suelen ser los más conspicuos). Los actores, estupendos todos, incluido el pobre Jordi Mollà, a quien se le hace cargar con el fardo de un Felipe II no sólo absolutamente inverosímil, sino irremediablemente banal. Acostumbrada ya a interpretar a la joven reina Tudor, Cate Blanchat hace encaje de bollillos con la Elizabeth madura y triunfante. Geoffrey Rush hace un Walsingham muy sobrio, Cliven Owen se luce como Raleigh guaperas y descolocado y Samantha Marton encarna una María Estuarda sin chicha, pero eso no es culpa suya sino de quien diseñó el personaje.