Monday, April 10, 2006

Carta abierta a Lucía Etxebarría

Sra. Dª Lucía Etxebarría
Premio Planeta

Muy señora mía:
Acabo de leer la columnilla que, con el título La gauche divine, publica usted hoy en un periódico de difusión gratuita, promovido precisamente por el grupo editorial que tuvo la avilantez de otorgarle a usted su premio estandarte no recuerdo bien que año.
Utilizando como fuente un diario bien conocido por la generosidad con que trata a personas y personajes de izquierda cuando arroja sobre ellos todas sus inmundicias, nos habla de la fortuna personal de Bernard Henri-Levi y de la novela de su hija Rien de grave.
Permítame, antes que nada, un ejercicio inocente de pedantería cicatera. El nombre francés que designa al conjunto de municipalidades y barrios de la periferia de París tiene género gramatical femenino y se escribe banlieue y no banlieu como usted o, menos probablemente, el corrector de guardia han escrito. Por otra parte, hay en esa banlieue inmigrantes y desheredados de la fortuna, pero también zonas residenciales de muy alto copete. No se olvide usted, Doña Lucía, de que Vincennes por el este, o por el oeste Neully, Versailles y Rambouillet forman parte de la periferia. Por último, Saint Germain des Prés, con tanto prestigio de barrio intelectual (a saber por qué), es, ciertamente, una de las zonas más caras de París, pero el dudoso privilegio de ser la más cara lo venía ostentando hasta hace bien poco el distrito dieciséis. Peccata minuta y pelillos a la mar.
Lo enojoso, lo verdaderamente molesto, es considerar al proclamado nuevo filósofo Bernard Henri-Levi como un ejemplar de la izquierda francesa, sea ésta divine o humaine. Estamos bastante acostumbrados a que usted, en sus pintorescas apariciones públicas, confunda la velocidad con el tocino, el culo con las témporas y la gimnasia con la magnesia. Pero hoy se supera usted a sí misma. Me puedo imaginar la estupefacción del propio interesado si llega a enterarse del despropósito. Enhorabuena, señora Etxebarría: hoy ha confundido usted la bisectriz con la gripe del pollo (o de su hembra).
No he leído Rien de grave y, por tanto, no puedo pronunciarme sobre su calidad literaria. Pero mucho me temo que, en el peor de los casos, no ha de ser inferior a la de cualquiera de las novelas, es un decir, que usted viene perpetrando.
Queda de usted afectísimo y s.s.q.b.s.m.
vizcondedenada
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Sunday, April 09, 2006

Tirante el Blanco

Tiene Vicente Aranda en su curriculum de autor muy notables creaciones que lo acreditan como cineasta talentoso y honesto. Se enfrenta aquí con el gran clásico de la literatura hispánica en catalán (sí, ya sé que Joanot Martorell era valenciano, pero me niego a admitir el disparate lingüístico de que el valenciano es cosa distinta a una variante dialectal del catalán). Y el resultado, pese a todas las prevenciones que discretamente el director se impuso, es, en mi humilde opinión, un fiasco. Quiso Aranda elegir para su versión los aspectos más humorísticos, la mirada más erótica y el talante más descreído de las andanzas del aguerrido caballero. Todo ello constituye una posición de partida espléndida, que no es, sin embargo, capaz de evitar un ritmo narrativo cansino y moroso y una frialdad expresiva, provocantes no a risa, sino a ocasionales bostezos que ni la fotografía esplendorosa de Alcaine ni los encantos estimulantes de Esther Nubiola (Pricesa Carmesina), Leonor Watling (Placerdemivida) e Ingrid Rubio (Estefanía) logran conjurar. Las tres están brillantes, como el resto del elenco, con especial mención del veterano Giancarlo Giannini en su papel de Emperador tronado y gagá, y de Victoria Abril, la más rijosa que maligna Viuda Reposada.
En resumen, que si alguien nos obligase a la ingrata tarea de hacer un donoso escrutinio de la obra completa de Vicente Aranda, no salvaríamos a su Tirante el Blanco, como el cura y el barbero cervantinos hicieron con la novela homónima de Martorell.

Saturday, April 08, 2006

La fiesta del chivo

No me defraudó en absoluto la versión cinematográfica de la novela de Vargas Llosa. Con las inevitables elipsis, Luis Llosa logra algo nada fácil: mantener al espectador atento sin esfuerzos durante las dos horas y cuarto de proyección. Cierto que hay omisiones: las prolongadas sesiones de tortura a que es sometido el militante vasco y colaborador de la CIA Galíndez, antes de ser asesinado a manos del propio Trujillo y los equilibrios sobre la cuerda floja que ejecuta Balaguer en las horas inmediatamente posteriores al justo y chapucero tiranicidio, entre las más notorias. Cierto también que no sobra la sutileza en el trazo de algunos perfiles protagonistas y que el incómodo parecido físico (clónico casi) de Isabella Rosellini con su difunta madre Ingrid Bergmann nos provoca la sensación de estar viendo fantasmas. Con todo, la película logra sobrada y dignamente acertar con el tono adecuado para narrar el desgarro vital de Urania Cabral y todo el horror y la infamia de un régimen sanguinario y corrupto. Un déspota necesita siempre de muchísimas complicidades, de demasiadas complicidades, de manera que, como lúcidamente se ha repetido, lo peor de las tiranías no son tanto sus crímenes horrendos como su monstruosa y casi universal capacidad para pervertir conciencias. Ese aspecto crucial queda expresado con suficiencia en el relato novelesco y en su traducción fílmica.
Parecidos molestos aparte, la interpretación de Isabela Rosellini roza lo magistral. Sobrio y convincente Juan Digo Boto como teniente Amadito, contenido y magnífico Paul Freeman como Agustín Cabral y un punto histriónico Tomas Milian, que encarna a Trujillo con una elegancia gestual inadecuada.

Sunday, April 02, 2006

El discurso del energúmeno

Los energúmenos son bastante ubicuos. No se encuentran sólo en los partidos de fútbol de máxima rivalidad o en las tertulias de la COPE. Aparecen en lugares aparentemente insospechados por el refinamiento que gratuitamente se les presume. El otro día, en un concierto de la Orquesta Nacional de Ille de France que se celebraba en uno de los auditorios de la ciudad en la que vivo, mi vecina de asiento por la izquierda, una anciana malencarada y miope, blandió el programa de mano y asestó un papirotazo en el occipucio de otra fémina que ocupaba la butaca del mismo número de la fila siguiente a la que usurpaba la agresora. La víctima, una chica joven y modosa, se quedó literalmente sin respiración y ni siquiera osó volver el rostro hacia atrás. Debemos aclarar que nada hacía la muchacha que pudiera argumentarse como muy parcial descargo del vejestorio: no mascaba chicle, no abría y cerraba su bolso, no desenvolvía caramelos, no tosía, no aplaudía a destiempo, ni siquiera llevaba teléfono móvil. Sonaba el segundo movimiento del Concierto para violín y Orquesta op. 61, de Saint-Saëns. El andantino quasi allegretto debió de convertirse para la infeliz en subito molto dolente, pero mantuvo el tipo con ejemplar presencia de ánimo. En el intermedio, tal vez ya repuesta, con acento muy moderado se atrevió a recriminar al estafermo su fea conducta. La hidra le replicaba: "Movías la cabeza sin parar y me harté". Ni siquiera esto era verdad: la moza, de vez en cuando, apoyaba la cabeza por unos segundos en el hombro de su acompañante y la volvía a erguir. Eso era todo. Tímidamente, intervine en defensa de la ultrajada: no soporto a las gentes que en presencia de una injusticia manifiesta, por leve y poco importante que sea, se callan como muertos.
_ ¡Lo que me faltaba...!
_ O lo que le sobraba, señora.
Ahí se acabó el diálogo. Salí al vestíbulo. La ofendida y su novio también salieron. Nos miramos y no nos dijimos nada. Todo estaba entendido. La bruja quedó rumiando su furia en el asiento.
Esta anécdota banal y sin gracia es, sin embargo, bastante ejemplificadora de una actitud demasiado frecuente: la de quienes se sienten molestos con cualquier actitud del prójimo que, en su ilimitado ombliguismo y bajo su descentradísimo punto de vista, estorba la omnímoda e inatacable imperturbabilidad que se creen con derecho a disfrutar. Lo peor es que tienen traductores políticos muy conspicuos. Posted by Picasa